Palabras de espiritualidad

Una vida de esperanza y una muerte serena

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Los que no se preparan suficientemente y con antelación, mueren de una forma muy dura. En tanto que el hombre que se prepara para ese momento, espera con gozo el momento de la muerte, sobre el cual ha pensado toda su vida.”

Piadoso Job Burlacu, monje del Monasterio Neamţ (1874-1941)

El venerable Job fue uno de los virtuosos monjes de la comunidad del Monasterio Neamţ, un gran asceta, conocido farmacólogo, experto en toda clase de plantas medicinales y un amoroso padre para los más necesitados.

Originario del poblado de Boroaia (Suceava, Rumanía), en 1906 tomó su cruz y decidió seguir a Cristo, haciéndose monje en el Monasterio Neamţ. Vivió en este santo lugar durante 35 años, teniendo el mismo canon de obediencia de farmacólogo del monasterio y asistente de los monjes más ancianos y enfermos del sanatorio.

En el otoño de 1941, el piadoso Job descansó en paz y fue enterrado en el monasterio del monasterio.

El padre Job era un experimentado en estas tres virtudes: el ayuno, la oraci´n incesante y el discernimiento. Permanentemente mantenía la mirada dirigida a la tierra, pensando siempre en la muerte. Su mente estaba llena de sabiduría, su rostro era sereno y su corazón siempre estaba abierto para los demás.

Decía su discípulo que nunca vio al padre Job riéndose o hablando cosas inútiles. En verdad, era corto de palabras, pero sus palabras penetraban hasta lo más profundo del corazón de cada quien. Comía una vez al día, cuando anochecía, y dormía unas pocas horas cada noche, tendido sobre una banca de madera y utilizando como alhomada una gran piedra envuelta en hojas de diario.

A veces decía:

Hermanos, estemos preparados para partir, porque nadie vivirá eternamente en este mundo. Y si no tenemos qué mostrarle a Cristo, ¿cómo nos presentaremos ante Él?

Otras veces se lamentaba:

¡Cómo se deja engañar el hombre por las dulzuras de esta vida! A veces se aferra tanto a lo material, que rechaza las alegrías de la vida eterna. Cuando eso ocurre, el hombre hace todo lo posible para no morir. Pero, cuando viene la muerte, lo encuentra sin prepararse y desesperanzado. Ciertamente, los que no se preparan suficientemente y con antelación, mueren de una forma muy dura. En tanto que el hombre que se prepara para ese momento, espera con gozo el momento de la muerte, sobre el cual ha pensado toda su vida. Así, el final de sus días le halla lleno de paz y esperanza, porque sabe que va a donde le espera Cristo.

(Traducido de: Arhimandrit Ioanichie BălanPatericul românesc, Editura Mănăstirea Sihăstria, p. 540)