Palabras de espiritualidad

Vivir viendo a todos como amigos

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

En vez de juzgar a nuestro semejante, apiadémonos de él, porque también Dios se apiada de cada uno de nosotros. ¡Hagamos lo mismo que Dios!

El principio del amor puede ser este: si no quieres decir, como los Santos Padres, “yo soy el más pecador de todos”, al menos sé consciente de que todo el pecado vive en ti. Si cada uno de nosotros hace esto, aprenderemos a reconocernos mutuamente. Te conozco más de lo que crees o de lo que creo yo, a través de mí mismo. Entonces, en vez de juzgar a nuestro semejante, apiadémonos de él, porque también Dios se apiada de cada uno de nosotros. ¡Hagamos lo mismo que Dios! Que no me enfade la forma de ser de mi hermano, porque también yo mismo enfado a otros con mi propio modo de ser. ¿Pero cómo cambiar esa forma de ser? ¿Cómo puede cambiar el otro su actitud, aunque sea distinta a la mía? Lo que está en mis manos es entender su dolor y compadecerme de su debilidad. Esta compasión me hace unirme con mi hermano, aun desde nuestro estado de pecadores. Y en este punto Dios puede obrar un milagro con ese pecado, que por sí mismo es separaicón y muerte, transformándolo, paradójicamente, en vida, cercanía y unión entre las personas. He aquí un relato que puede ayudarnos a entender mejor lo que estoy diciendo:

«Había dos personas sentadas juntas en una estación de tren, en Inglaterra. Alrededor suyo todo era agitación y bullicio. Una de ellas dijo: “¡No soporto tanto ruido, ver tantas personas, tanto movimiento!”. El otro le respondió: “Yo veo en cada individuo un potencial amigo, un hermano. Lo que para ti es ruido y tumulto, para mí es una reunión de amigos y hermanos”».

Interiormente hablando, esto es cierto. He aprendido que cada uno, en sus posibilidades, puede cambiar la actitud de la muchedumbre. El segundo de aquellos dos individuos en la estación no le temía a nada: caminaba por la calle, aun a altas horas de la noche, y donde veía una multitud, ahí se dirigía. Y nunca le pasó nada. Al contrario, sé bien que el primero de ellos tuvo que sufrir mucho, justamente por rechazar de tal manera a sus semejantes.

(Traducido de: Celălalt Noica – Mărturii ale monahului Rafail Noica însoțite de câteva cuvinte de folos ale Părintelui Symeon, ediția a 4-a, Editura Anastasia, 2004, pp. 93-94)