Palabras de espiritualidad

El amor puro es uno que está libre de egoísmo y autojustificación

    • Foto: Benedict Both

      Foto: Benedict Both

Cuando el corazón deja de justificarse, alcanza un estado de verdadera humildad y sumisión. “Un corazón humilde y contrito Dios no despreciará”, porque en la autojustificación se esconde la muerte más atroz, la muerte que trae el pecado.

Qué consuelo, qué estado de bienestar, qué beata pureza tiene lugar cuando el hombre no contiene el sentimiento de generosidad hacia su semejante, sino que lo eleva al santo y puro Cielo, cuando le dice a Dios, sobre aquellos a quienes quiere bien: “¡Oh, Señor! Estos son Tu pueblo, Tu creación. Tuyo es todo lo creado por Ti… ¿y quién soy yo? Un forastero en este mundo, quien apareció aquí sin anuncio previo, y sin anuncio previo habrá de morir en él”. ¿Quién es capaz de limipiar así el amor de todo egoísmo, para obtener un amor puro, un amor en Dios? Para que podamos alcanzar este amor se nos ordenó que renunciáramos a nosotros mismos; tal es el sentido de las palabras del Señor: “Quien pierda su alma por Mí, la ganará” (Mateo 16, 25). En estas palabras, el mandamiento se entrelaza con la promesa.

Al contrario, quien crea que podrá encontrar su alma en este mundo tan lleno de engaños, es decir, quien quiera dar rienda suelta a los apetitos más impuros, la terminará perdiendo. La salvación radica en la capacidad de renunciar a uno mismo.

¡Sometamos nuestra mente a Cristo! Cuando la mente se somete al Señor, es incapaz de justificarse o de justificar el corazón. Cuando el corazón deja de justificarse, alcanza un estado de verdadera humildad y sumisión. “Un corazón humilde y contrito Dios no despreciará”, porque en la autojustificación se esconde la muerte más atroz, la muerte que trae el pecado.

(Traducido de: Sfântul Ignatie Briancianinov, De la întristarea inimii la mângâierea lui Dumnezeu, Editura Sophia, 2012, pp. 130-131)