Palabras de espiritualidad

Por qué necesitamos espabilar urgentemente

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Yo creo que los pecados que cometemos cada día son, en general, fruto del pecado de la dejadez. Vivir de forma automática, al azar, como nos sugieren las sensaciones y las percepciones, es un pecado mortal, porque nos volvemos como sonámbulos, como muertos.

Cuando vivimos “automáticamente”, inconscientemente, vivimos en pecado, es decir, sin Dios, sin un vínculo consciente con Él. El pecado consiste en un alejamiento de Dios y es experimentado por el hombre al apegarse a lo que le ofrecen los sentidos y a las interpretaciones de la razón sobre estos. 

Vivir “sin pecado”, como pedimos en las oraciones de la mañana y de la noche, significa estar presente y ser consciente de lo que hago y vivo. Esta conciencia varía de un nivel a otro en nuestro interior.

Cuando respiramos, somos conscientes y experimentamos un estado de gratitud por poder hacerlo.

Cuando hablamos, somos conscientes y responsables de lo que decimos y del efecto que nuestras palabras habrán de provocar en nosotros mismos y en quienes nos rodean, etc.

Yo creo que los pecados que cometemos cada día son, en general, fruto del pecado de la dejadez. Vivir de forma automática, al azar, como nos sugieren las sensaciones y las percepciones, es un pecado mortal, porque nos volvemos como sonámbulos, como muertos.

En consecuencia, necesitamos espabilar inmediatamente y pedirle al Señor que nos ayude a despertarnos, por medio de la oración. Y es que necesitaremos orar todo el tiempo. 

Así es como descubriremos que el pecado más frecuente es la “inconsciencia”, es decir, el vivir sin ser conscientes de nosotros mismos, del amor de Dios y de Sus dones para con nosotros. 

Por ejemplo, si practico algún deporte y esto me satisface mucho, pero se me olvida agradecer por el simple hecho de poder moverme, de saber que puedo guiar mi cuerpo de la forma que quiera, de saber que estoy vivo... estoy pecando. Y si mi propósito es sólo ganar trofeos o vencer a los demás, y además le pido a Dios que me ayude en ello, es que mi pecado es ya una pasión. Sin embargo, si soy consciente del don de Dios en cada uno de mis movimientos, y le agradezco a Dios por ello, sintiéndome feliz por el sencillo hecho de estar vivo, alegrando también a los demás, incluso a mis contendientes (en alguna competencia deportiva), todo se vuelve puro y bendecido.