Palabras de espiritualidad

Consejos espirituales desde el Santo Monte Athos

  • Foto: Doxologia

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“Al principio es difícil. Cuando empiezas, hasta que se rompe el egoísmo, es duro. Después de eso viene la alegría”.

Cuando lean, lean poco, y lo que lean traten de aplicarlo en su vida. No se trata de leer y leer como los niños que prefieren un chupete en vez del seno materno. No leamos solo porque eso nos da satisfacción. Algunos laicos, sobre todo, pasan horas enteras leyendo libros espirituales y, como se sienten bien haciéndolo, creen que ya han alcanzado una vida espiritual profunda y piensan que son buenos. Aprenden muchas cosas, incluso “instruyen” a otros como prueba de lo que saben, y se imaginan que ya son algo. Pero si algún día entran al monasterio, no resisten y mejor se van. En el mundo pensaban que eran mejores porque leían sin poner en práctica lo que aprendían, y además recibían elogios. Aquí, en cambio, son los últimos en la fila y nadie los encomia. Los occidentales tienen ese espíritu: leen y leen, y eso les alimenta el orgullo. Todos se sienten teólogos ilustrados y quieren interpretar todo.

La vida en comunidad ayuda mucho a conocernos a nosotros mismos. Cada hermano es como un espejo para nosotros. Ves sus virtudes (porque Dios le dio a cada uno de sus hijos alguna virtud, a todos los dotó con algo) y tratas de imitarlo. También ves tus propios defectos: al examinarte descubres que los tienes, incluso en mayor medida, y de esa manera te humillas y sacas provecho espiritual.

El hombre humilde, haga el bien que haga, lo olvida inmediatamente. Y cuando alguien le hace un bien, por pequeño que sea, lo considera ya algo inmenso y se llena de gratitud. Y jamás lo olvida, porque eso significaría ser desagradecido. Hay almas así.

El progreso espiritual consiste en que el monje olvide lo bueno que haya en él. Le basta con pensar constantemente: “no he hecho nada”.

Tenemos que orar por los demás con todo el corazón. Un suspiro desde el corazón tiene el mismo poder que la oración, con horas enteras de oración, podría decir.

Estemos atentos a lo que cantemos. Que nuestra mente se mantenga allí, sin pensar en nada más. Y cantemos con el corazón. Si cantamos con el corazón, digamos lo que digamos, estará bien. Estemos atentos a lo que leemos y cantamos con devoción. Y la fuerza no estará en nuestra voz, sino en nuestro corazón.

La labor del monje es la oración. Y nosotros, que somos recompensados por Dios, ¿acaso descuidaremos nuestra labor, que es la oración?

La iglesia es como una nave. Puede que uno duerma y otro bostece. Pero habrá otro que se mantenga atento, bregando sin cesar contra las olas. Pero todos estamos juntos en ella. Lo importante es estar en la iglesia. Por eso, procuremos participar siempre en los oficios litúrgicos: ¡no nos permitamos faltar!

¿Qué es el canon de oración? Un motivo para pedirle perdón a Dios. Incluso podría ser la última oportunidad. Por eso, hay que ser cuidadosos en hacerlo como es debido. Angituamente, el canon de oración se hacía en la iglesia. Con el paso del tiempo se permitió que cada monje lo hiciera en su celda, porque había algunos que lloraban, otros suspiraban…

Los monjes, como no tienen los problemas de la gente del mundo, se mantienen tranquilos, adormecen y quieren dormir. Pero no nos hace bien relajarnos así. Poco a poco hay que apretar el tornillo. Reducimos un poco el sueño, después la comida. Estas dos cosas van de la mano: dormir mucho trae apetito, y comer demasiado pide más sueño. La comida engorda el cuerpo; luego este quiere más sueño, y el sueño espesa la mente.

Las mujeres necesitan un poco de valentía. Sin valentía, la mujer se vuelve como un dulce blando, sin firmeza.

Si cargas tu peso sobre otro, en realidad te vuelves más pesado; pero si lo asumes tú mismo, te sientes más ligero.

Un “loco por Cristo” me dijo: “Al principio es difícil. Cuando empiezas, hasta que se rompe el egoísmo, es duro. Después de eso viene la alegría”.

A la persona humilde todos la aman. A la persona humilde no se le puede olvidar.

Cuando chocan dos piedras duras, saltan chispas. En cambio, si una de las piedras es blanda, por más fuerte que sea la otra, o incluso si hay una tercera, no salen chispas. Así pasa también con las personas: el humilde es blando. Ante un golpe, el humilde cede y no hay daño.

Si un monje, desesperanzado pero con un corazón bueno, dice: “Dios mío, yo soy indigno, ¿cómo podría orar por el mundo?”, y por eso no ora por el mundo porque se siente indigno… pero después se olvida y hace una oración por el mundo, esa oración tiene más fuerza que todas las demás oraciones del mundo.

Antes, cuando alguien cometía alguna falta, un pecado, se llenaba de vergüenza. Ahora ya no es así. Viene el demonio de la insensatez, nos aturde y después hace lo que le apetece. Por tal razón, el hombre debe saber experimentar el buen desasosiego.

Lo último que obtenemos es el discernimiento. Es la corona de todas las virtudes. Es la corona que Dios otorga a los que luchan, al terminar su combate en esta vida. Intentemos, pues, vivir en conformidad con los mandamientos de Dios y él nos dará lo que necesitamos para la salvación de nuestras almas.

El amor nunca se cansa.

(Traducido de:  Din tradiția ascetică și isihastă a Sfântului Munte, 2011)