Este 14 de octubre, más de doscientos mil peregrinos visitaron y veneraron a la Santa Protectora de Moldova
Cada año, a mediados del mes de octubre, la ciudad de Iași se convierte en la capital de la Ortodoxia rumana, con motivo de la festividad de la Santa y Piadosa Parascheva (Paraskeva), gran auxilio de los cristianos. Este 14 de octubre de 2024, miles de almas se reunieron para participar en la Divina Liturgia, celebrada por una congregación de 25 jerarcas rumanos y extranjeros, presididos por Su Alta Eminencia Nicetas, Arzobispo de Tiatira y Gran Bretaña. Más de 40 000 personas se reunieron para orar a una sola voz, presentando una ofrenda de gratitud a la Santa que desde hace 383 años protege al territorio de Moldova.
La fiesta patronal de Iași reunió a más de 200 000 peregrinos provenientes de todo el mundo ortodoxo, quienes vinieron para honrar las venerables reliquias de Santa Parascheva (Paraskeva) y de San Panteleimón el Taumaturgo.
Después de la lectura del Evangelio, Su Alta Eminencia Nicetas dirigió estas palabras de bendición a los miles de peregrinos presentes:
«Os saludo en la unidad de la fe y vengo, al igual que vosotros, como un peregrino a este lugar de santidad y oración, a la fiesta de Santa Parascheva, la amada santa de Iași y de tantos lugares más. En la fe cristiana y, especialmente, para los cristianos ortodoxos, la peregrinación siempre ha formado parte de nuestra tradición. Ya desde los primeros tiempos del cristianismo, los fieles viajaban a Jerusalén y a otros lugares santos para honrar al Señor, a Su Santa Madre y a Sus santos. Muchos documentos y textos históricos confirman esto, del mismo modo en que vuestra presencia y vuestras oraciones confirman en el hecho de que esta tradición no se ha perdido en la oscuridad del tiempo. La peregrinación es parte de nuestra vida de cristianos, y constituye un aspecto que no tiene que perderse jamás.
La misma Santa Parascheva fue una peregrina, como sabemos a partir de los textos escritos sobre su vida. Viajó y vivió en Jerusalén y en Tierra Santa hasta que fue conducida de regreso a su país. Su vida fue un viaje continuo en el camino que lleva al Reino de los Cielos. De hecho, nuestra vida entera es una santa peregrinación, encaminados con perseverancia hacia nuestro Señor Jesucristo y Su Verdad. Él es Quien nos llama a apartar nuestra rutina cotidiana y adentrarnos en el camino de la santidad. El gran predicador, luz de los pueblos, el Santo Apóstl Pablo, nos orienta con estas palabras: “Por tanto, salid de entre ellos y apartaos, dice el Señor. No toquéis cosa impura, y Yo os acogeré. Teniendo, pues, estas promesas, queridos míos, purifiquémonos de toda mancha de la carne y del espíritu, consumando la santificación en el temor de Dios” (II Corintios 6, 17 - 7, 1)».
De igual forma, al finalizar la Divina Liturgia, Su Alta Eminencia Teófano les agradeció a los miles de peregrinos que, durante algunas horas, perseveraron en un estado de profunda oración. El Metropolitano Teófano manifestó su gratitud especialmente hacia aquellos que formaron parte de la larga hilera de peregrinos que recorrieron varios kilómetros y esperaron horas enteras para poder venerar las reliquias de Santa Parascheva y San Panteleimón:
«El alma de muchos peregrinos es enteramente hambre y sed, devoción y añoranza. Una añoranza que quema. Es ese fuego, del cual nuestro Señor dijo: “He venido a arrojar un fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera encendido!” (Lucas 12, 49).
Si no tienes esa añoranza, si no buscas al Señor, no podrías entender el camino del peregrino. En realidad, el hombre entiende solamente aquello que experimenta.
Al iniciar su camino, el peregrino se entrega libremente a Dios. Se entrega a Dios no como autoridad exterior que nos impone qué hacer y qué no hacer. El peregrino se pone en manos de Dios como fuente de alegría, de paz interior y de perdón liberador.
Muchos derraman lágrimas. Lágrimas de dolor por los pecados y las pruebas que enfrentan. Lágrimas de gozo y de gratitud. Sin alegría o dolor, las lágrimas no pueden brotar. Las lágrimas nos lavan con una eficiencia asombrosa. Lavan el desamor del corazón y limpian la mente del veneno de la conciencia de la superioridad personal.
Los cristianos viven el misterio de la peregrinación como un acto de ascesis útil para ellos mismos. Al mismo tiempo, claman en su interior, y esperan.
Los peregrinos dan testimonio, a partir de su propia experiencia o con la de la historia, que sin Dios todo duele. La vida duele, la muerte duele, el éxito duele, la derrota duele. Dolor en todos los ámbitos.
Los peregrinos oran para entender que la única solución verdadera para nuestros problemas es la vida con Dios. Si estamos con Dios, en nuestra familia todo funciona bien. La soledad es, asimismo, vivida con más esperanza. Con Dios, el éxito no lleva al orgullo, y la derrota no arroja a la desesperación. Anclado en Dios, el hombre encuentra que le es más fácil trabajar, porque se contenta con menos, hasta que venga algo mejor. Es consciente de que “en esta vida no hay nada banal, ínfimo, insignificante” (San Sofronio). Él sabe que la vida no empieza con él y tampoco se termina con él, como solía subrayar el Patriarca Teoctisto».
Hasta ayer en la tarde, según las estimaciones brindadas por las autoridades, más de 210 000 personas habían pasado a venerar las reliquias de ambos santos y unos 45.000 fieles esperaban su turno para pasar a agradecer a la Protectora de Moldova y a San Panteleimón.