¡Acepta a Cristo en tu corazón!
Cuando Cristo entra en el corazón, las pasiones se disipan. No puedes ya ni insultar, ni odiar, ni vengarte, ni, ni... ¿En dónde podrían seguir teniendo sitio los odios, las antipatías, las ofensas, los egoísmos, las sospechas, las tristezas?
Cuando Cristo viene al corazón, la vida cambia. Cristo es todo. Aquel que vive en Cristo, experimenta cosas indescriptibles, cosas santas. Y vive en fa felicidad. Son cosas reales. Son cosas que vivieron muchos hombres, como los ascetas del Santo Monte Athos. Por eso, sin cesar y con un fervor especial, repetían las palabras: “Señor Jesucristo...”.
Cuando Cristo entra en el corazón, las pasiones se disipan. No puedes ya ni insultar, ni odiar, ni vengarte, ni, ni... ¿En dónde podrían seguir teniendo sitio los odios, las antipatías, las ofensas, los egoísmos, las sospechas, las tristezas? Cristo es ahora quien manda, junto al ferviente deseo de la luz que no tiene fin. Ese anhelo te hacer sentir que la muerte es solamente el puente que habrás de pasar para seguir viviendo con Cristo. En esta vida tendrás que enfrentar un obstáculo, por eso necesitarás de mucha fe. Ese obstáculo es el cuerpo. Sin embargo, después de morir, la fe (como la conocías) desaparecerá, porque verás a Cristo como ahora ves al sol. En la eternidad, desde luego, vivirás todo esto con intensidad. Sin embargo, cuando no vives con Cristo, te mantienes en la melancolía, en la pesadumbre, en la turbación, en la estrechez... no, no vives correctamente. Entonces también aparecen anomalías en tu organismo... Pero todo esto se puede curar. Todo tiene un propósito. El amor de Dios lo transforma todo, lo santifica, lo corrige, lo cambia.
Mucho se consolará nuestra alma, cuando anhelemos con fervor al Señor. Entonces dejaremos de preocuparnos por las cosas de esta vida, pensando siempre en las que son espirituales y celestiales: viviremos en el mundo de lo espiritual, Cuando vives en ese mundo, te hallas en un universo distinto, el que tanto añora tu alma y por el cual suspira. Con todo, no seas indiferente ante tu semejante: preocúpate porque también él encuentre la salvación, la luz, la santificación. Y que todos puedan entrar en la Iglesia.
(Traducido de: Părintele Porfirie, Ne vorbește părintele Porfirie, Editura Egumenița, pp. 169-170)