¿Ahorrar o malgastar? ¿En dónde está el término medio?
La codicia es cuando no puedes dejar de acumular, cuando quieres tener más y más, cuando no estás dispuesto a ayudar a quienes tienen necesidades más grandes que las tuyas, mientras a ti te abunda lo que a ellos les falta.
San Juan Casiano, al hablar de la codicia (argirofilia), dice que es una pasión que no tiene fundamento en la naturaleza humana ni en sus instintos: es algo completamente ajeno a ella. Sin embargo, es posible que, al final, la codicia base su poder en el instinto de conservación, porque muchos buscan acumular riquezas, no solamente para multiplicar sus placeres o ganarse la honra de los demás, sino desde impulso de supervivencia, si se le puede llamar así, para tener, como suele decirse, “dinero blanco para los días negros”.
No es pecado ahorrar, pero también hay que evitar malgastar. Esto mismo lo podemos reconocer en muchos aspectos de la naturaleza que nos rodea; por ejemplo, la abeja junta miel para el presente y el futuro de la colmena. Por supuesto, aquel que confía en Dios no tiene motivos para preocuparse, pero el hecho de tener algunos ahorros es algo que Dios bendice y no puede ser tachado de mezquindad.
La codicia es cuando no puedes dejar de acumular, cuando quieres tener más y más, cuando no estás dispuesto a ayudar a quienes tienen necesidades más grandes que las tuyas, mientras a ti te abunda lo que a ellos les falta. En este caso, la pasión es evidente. El Santo Antonio Pablo, en su I Carta a Timoteo, habla de la codicia como raíz de todos los males. Porque, asentándose en el alma, las pasiones engendran muchos más pecados. Por ejemplo, el avaricioso también es, la mayoría de las veces, un explotador, al que le gusta llevarse lo que no es suyo, engañando a los demás o simplemente apropiándose injustamente de sus bienes…
(Traducido de: Arhimandritul Teofil Părăian, Veniți de luați bucurie, Editura Teognost, Cluj-Napoca, 2001, p. 13)