Palabras de espiritualidad

Al santo que me libró de mis impulsos suicidas

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

En mi desesperación, clamé con la mente: “¡San Espiridón, por favor, ayúdame, haz algo, líbrame de esto!”. Inmediatamente sentí que aquel espíritu impuro se disipaba, dejándome tranquila.

«San Espiridón me salvó del suicidio. Además, me ha ayudado en incontables ocasiones, cada vez que he acudido a orarle (en la catedral de “Nuevo San Espiridón” y en la capilla conocida como “Viejo San Espiridón”, en donde se halla un ícono milagroso del santo y también un cofrecito con parte de sus reliquias). Un día del 2007 —o del 2008, no recuerdo bien la fecha—, cuando el invierno empezaba a despedirse y la primavera se asomaba a la vuelta de la esquina, mientras caminaba por la calle, me inundó, así, “de la nada”, un sentimiento horrible, inexplicable, una sensación de desasosiego, agitación y desesperanza, acompañada de un cúmulo de pensamientos negativos, de suicidio, incitándome a bajar las escaleras de la estación más cercana y arrojarme a las vías del metro. Por más que intentaba sacudirme todo eso, parecía que no era yo en esos momentos.

Inmersa en tan atroz estado, seguí caminando entre calles y edificios, hasta que, en un momento dado, me hallé frente a la iglesia “Nuevo San Espiridón”, y sentí como si alguien invisible guiara mis pasos hacia la puerta, para entrar y orar un poco. Pero, al venerar las reliquias del santo, sentí como una fuerza muy poderosa, una cosa maléfica, atravesándome el cerebro y apoderándose de él. Entonces, en mi desesperación, clamé con la mente: “¡San Espiridón, por favor, ayúdame, haz algo, líbrame de esto!”. Inmediatamente sentí que aquel espíritu impuro que me inducía a suicidarme se disipaba, dejándome tranquila.

San Espiridón me ayudó otra vez, librándome del mismo espíritu impuro y devolviendo la calma, la serenidad, la felicidad, la confianza y la esperanza (en un futuro mejor) a mi vida, como no había sentido por mucho tiempo. Además, aquella maligna agitación se llevó consigo el cansancio que había ido acumulando después de tantas noches sin poder dormir. Me sentía como si hubiera renacido espiritualmente, lo cual le agradezco a San Espiridón, así como todo el auxilio que me ha ofrecido en otras y distintas circunstancias.

Nunca podré terminar de agradecerle a este santo, pero también a nuestro Señor, a la Madre de Dios y a muchos más santos y santas (Nectario, Nicolás, Basilio el Grande, la Venerable Parascheva, Menas, Panteleimón, Demetrio, Efrén el Nuevo, Catalina, Jorge, Juan el Ruso, Antonio el Grande, Calínico y Jorge de Cernica, etc.), a quienes les he pedido su intercesión y me la han ofrecido inmediatamente las más de las veces.

Volviendo a mi relato, minutos más tarde, cuando me dirigía a la estación del metro, libre ya de todo pensamiento de suicidio (gracias a San Espiridón), mientras bajaba por la escalera, me encontré con dos socorristas que transportaban un cadáver en un saco, y sentí el deseo de preguntarles qué había pasado. Sin detenerse, me respondieron que se trataba de un drogadicto que se había arrojado o había sido empujado por alguien a las vías del metro. Sentí una gran compasión y un dolor en el alma por aquella persona, pero al mismo tiempo empecé a agradecerle a Dios, a la Santísima Virgen y a San Espiridón por haberme librado de cometer un acto tan impulsivo y carente de todo perdón».

(Traducido de: Mărturie trimisă redacției Doxologia de Teodora-Ecaterina)