Algunos milagros de San Calínico del Monasterio Cernica
Vino a verle un hombre, para contarle que su padre había muerto hacía ya varios años, pero su cuerpo seguía incorrupto en el sepulcro.
Una tarde del verano de 1854, cuando se dirigía hacia la ciudad de Targu Jiu en compañía de su discípulo y de otras personas, San Calínico decidió pernoctar en la aldea que en ese momento atravesaban. Fue así como vino a verle un hombre, para contarle que su padre había muerto hacía ya varios años, pero su cuerpo seguía incorrupto en el sepulcro. Lo habían desenterrado tres veces, se habían oficiado servicios memoriales por parte de varios jerarcas y sacerdotes, pero el cuerpo seguía siendo hallado íntegro. Así, le rogó a San Calínico que le permitiera desenterrar una cuarta vez a su padre y que, una vez finalizada la Divina Liturgia, viniera las oraciones de absolución al cementerio. Y aquel buen jerarca, apiadándose de él, aceptó. Cuando terminó la Liturgia, se dirigió al cementerio. El cuerpo del difunto, entero e incorrupto, fue puesto a un costado de la iglesia. ¡Y sucedió un milagro! Mientras San Calínico leía las oraciones de absolución, aquel cuerpo incorrupto comenzó a hacerse de polvo, de la cabeza a los pies. Al terminar las oraciones, el cuerpo completo se había convertido en un puñado de polvo y algunos cuantos huesos blancos. Atónitos, todos los presentes empezaron a glorificar a Dios.
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Contaba el padre Anastasio, discípulo de San Calínico, que una vez permanecieron durante tres días en la Ermita Lainici, en donde era abad el gran archimandrita Irodion Ionescu, conocido en todos los rincones de la región por sus virtudes. Al partir, dirigiéndose a la localidad de Ramnicu-Valcea, se detuvieron un momento en una colina. Mientras el resto del cortejo seguía su camino, San Calínico se arrodilló y se puso a llorar
‒¿Por qué lloras, Padre?, le preguntó. ¿Te duele algo?
‒No, hijo mío, respondió él. Es que no creí que fuera a vivir lo suficiente para ver otro stárets en el Monasterio Cernica. ¡Nicandro, el actual stárets, ha muerto!
El discípulo del padre Calínico escribió el día y la hora en la que esto le fuera revelado y, al volver al monasterio, supo que, en verdad, el stárets Nicandro había muerto justo en el día y la hora que tenía escritos en su cuaderno.
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Una vez, mientras San Calínico oficiaba la Divina Liturgia en la sede del Episcopado de Ramnicu junto a otros sacerdotes, a la iglesia fue llevada una mujer atada con cadenas, ya que era sometida por un espíritu impuro. Al terminarse la Liturgia, el protoiereo del lugar le pidió al padre Calínico que leyera una oración de sanación por aquella mujer. Y así lo hizo aquel buen pastor. Al finalizar las oraciones, bendijo a aquella mujer tres veces, en el nombre de la Santísima Trinidad, diciendo:
‒¡En el nombre de nuestro Señor Jesucristo, levántate!
En ese momento, la mujer se curó con el auxilio de la Gracia de Dios. Después, levantándose, corrió a besar los santos íconos, agradeciéndole a su benefactor. Volviendo San Calínico a su celda, se echó a llorar profusamente.
‒¿Por qué lloras, padre?, le preguntó su discípulo.
‒No pasa nada, hijo mío. Veo que Dios me castiga por mis innumerables pecados. Si alguien te pregunta, dile que no fue por mí, un pecador, que Dios obró este milagro de sanar a aquella mujer enferma.
(Traducido de: Arhimandrit Ioanichie Bălan, Patericul românesc, Editura Mănăstirea Sihăstria, pp. 419-420)