Palabras de espiritualidad

Alternando el pecado con las buenas obras

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Éranse una vez dos labradores. Uno de ellos sembró trigo, aunque sin limpiarlo antes. El otro, dejándose vencer por la pereza, no sembró nada. Cuando vino el tiempo de la siega, el primero cosechó suficiente trigo, aunque sucio, mientras que el otro no cosechó nada. ¿Cuál de los dos agricultores tendrá algo para comer?

Si al lado del polvoriento camino que atraviesa una pradera, un frondoso árbol ofrece generosamente su vasta sombra, ¡con cuánta alegría corren hacia él los caminantes, en los días de sol! Allí encuentran un inestimable solaz, descansando y conversando amigablemente en la fresca penumbra, densa y extensa. Un refugio semejante, un consuelo similar nos ofrece la Santa Cruz de Cristo a quienes andamos por el sendero de esta vida, árbol tres veces bendito, del cual floreció el fruto de la vida: Dios encarnado, Vida y Dador de vida. Bajo la sombra de la Cruz encuentro también, en este momento, el placer de hablar con Ustedes.

Escuchen la siguiente y santificada historia. Un día, el Santo y Grande Pimen recibió la visita de un hermano, quien se quejaba tristemente, al ver que sus buenas obras se entrelazaban con sus propios pecados. El anciano, entonces, le contestó con la siguiente historia: “Éranse una vez dos labradores. Uno de ellos sembró trigo, aunque sin limpiarlo antes. El otro, dejándose vencer por la pereza, no sembró nada. Cuando vino el tiempo de la siega, el primero cosechó suficiente trigo, aunque sucio, mientras que el otro no cosechó nada. ¿Cuál de los dos agricultores tendrá algo para comer?” El monje respondió: “El que sembró un poco de trigo, a pesar de no haberlo limpiado antes”. El anciano dijo, entonces: “¡De igual forma debemos actuar nosotros, sembrando lo que podamos, aún sin limpiarlo, para no morirnos de hambre!”

Dios nos permite examinar nuestro corazón cuando. observándolo con atención, encontramos una mezcla de cosas intangibles y espirituales. Espero que les haya servido de consuelo la pequeña historia que les relaté. ¿Ven por qué se las traje a colación? Permítanme decirles también lo siguiente: sólo Dios puede otorgar la santa pureza a los corazones que creen en Él y que lo buscan con arrepentimiento.

(Traducido de: Sfântul Ignatie Briancianinov, De la întristarea inimii la mângâierea lui Dumnezeu, Editura Sophia, 2012, pp. 114-115)



 

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