Amando a nuestro semejante como a nosotros mismos
“Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1 Juan 4, 20).
El amor de Dios aparece y empieza a obrar en nosotros cuando comenzamos a amar a nuestro semejante como a nosotros mismos, cuando por él renunciamos a nosotros mismos, luchando incansablemente por la salvación de todos. Cuando, para agradarle a Dios, renunciamos a satisfacer los apetitos del cuerpo y los placeres carnales que deleitan el ojo, cuando dejamos de obedecer a la razón carnal y nos sometemos a la Razón divina.
“Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1 Juan 4, 20). “Pues los que son de Cristo Jesús, han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias” (Gálatas 5, 24).
(Traducido de: Sfântul Ioan de Kronstadt, Viața mea în Hristos, Editura Sophia, p. 188)