Palabras de espiritualidad

Amar y respetar a Dios

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

A Dios nadie lo podría dañar con sus insultos, ni hacerlo parecer más grande con sus alabanzas. Dios conserva siempre la misma gloria, misma que no aumenta con los elogios ni disminuye con las blasfemias.

Dios nos ordenó que amáramos a nuestros enemigos, ¿mas tú le das la espalda a Él, que tanto te ama? Nos ordenó que respondiéramos con palabras hermosas a los que nos insultan y a orar por los que murmuran en contra de nosotros, ¿pero tú hablas mal de tu Protector y Benefactor, sin que Él te haya hecho nada malo? ¿Acaso Él no podría librarte de la tentación por la cual hoy lo insultas? Sin embargo, no lo hace, para que te vuelvas más digno... ¿No es acaso una torpeza que a nuestra boca le falte la devoción y le sobre el desprecio, mencionando en vano el nombre del Dios de los ángeles, en tanto que los poderes celestiales pronuncian Su santo Nombre con estremecimiento, asombro y admiración?

«Vi al Señor sentado en Su trono elevado y excelso: la orla de Su vestido llenaba el templo. Estaban de pie serafines ante Él, cada uno con seis alas: con dos se cubrían el rostro; con dos, los pies, y con las otras dos volaban. Y se gritaban el uno al otro “Santo, Santo, Santo es el Señor Todopoderoso; la tierra toda está llena de Su gloria”» (Isaías 6, 1-3). Y si debes tocar el Evangelio, lávate antes las manos y después sosténlo con mucho respeto y devoción. Luego, ¿no te asusta pronunciar palabras impropias con tu lengua, hallándote ante el Señor del Evangelio, y ofenderlo? Claro está, a Dios nadie lo podría dañar con sus insultos, ni hacerlo parecer más grande con sus alabanzas. Dios conserva siempre la misma gloria, misma que no aumenta con los elogios ni disminuye con las blasfemias. Al contrario, con los hombres ocurre la siguiente paradoja: los que alaban a Dios reciben un gran provecho de sus doxologías, en tanto que los que lo ofenden y lo desprecian terminan perdiéndose a sí mismos.

(Traducido de: Glasul Sfinţilor Părinţi, traducere Preot Victor Mihalache, Editura Egumeniţa, 2008, pp. 265-266)

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