Palabras de espiritualidad

¡Amemos a la Madre del Señor!

Translation and adaptation:

La Madre del Señor es mitigación del Justo Juez y morada de Su sabiduría.

Por medio suyo, la Alegría vino al mundo. Con su participación, los milagros de Cristo vieron su inicio, haciéndose una escalera celestial para el descenso de Dios entre lo shombres. Ella es el manto protector del mundo, más extenso que el firmamento, y el puente que lleva del Cielo a la tierra. Dios nos la mostró como la llave de las puertas del Paraíso y aquella que corrige el juicio de los fieles. La Madre del Señor es la mitigación del Justo Juez y morada de Su sabiduría. Es también perdón de muchas faltas y vestido para los desnudos de valor. ¡Agradezcámosle a ella, que es amor que concede todo anhelo y esperanza de las bondades eternas, que a muchos les ha iluminado la mente y ha renovado a los que fueron concebidos en la vergüenza!

¿Es que no hemos recibido tantas veces su amor?

¿Quién de nosotros no ha experimentado su consuelo, cuando, ya sin fuerzas, caemos de rodillas ante su ícono, abrazándolo?

¿Quién nos ha llenado de paz, desvaneciendo todas las preocupaciones y temores de cada día, cuando le hemos pedido su auxilio?

¿Quién podría llevarse nuestro dolor como ella lo hace?

¿Acaso ella no conoce la intranquilidad y el insomnio de millones de madres, a quienes llena de discernimiento, paciencia y humildad?

¿Es que no hemos sentido tantas veces su amor, cuando oramos en la noche, justo cuando los Cielos y los corazones están abiertos?

¿Es poca cosa todo esto? De ningún modo. Nuestra mente no podría abarcar nada de lo mencionado, pero el corazón es libre de abrirse para recibir, con su amor materno, la experiencia de su misterio.

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¡Amemos a la Madre del Señor, y ningún dolor nos podrá superar ese amor!

¡Honremos a la Madre del Señor, y cada instante de nuestra vida se llenará de esperanza!

¡Agradezcámosle a la Madre del Señor por la dignidad de llamarnos hijos suyos, y hagámonos verdaderamente dignos de serlo!

¡Postrémonos ante la Madre del Señor, tal como lo hacen los Cielos y el mundo entero!

¡Llenémosla de alegría, cumpliendo los manadamientos de su Hijo amado, y anhelando mucho más las cosas celestiales!

¡Imitemos a la Madre del Señor, modelo de la perfección femenina, tanto para las madres como para las monjas!

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La Madre del Señor es la dulzura misma. Con el poder de su pureza y valor, ella es la defensora de todos los desesperados, orando sin cesar por los pecadores, los culpables y los marginados. Ella es la madre de los exluidos, de los perseguidos, de los abandonados por todos, de los que no tienen quién les ame, de los que no tienen quién les sonría y de los que no tienen quién ore por ellos.

Como decía el monje Nicolás Steinhardt, a los fieles que sencillamente que creen en la Madre del Señor y confían en su inefable auxilio, no les interesan ni les preocupan las sutilezas teológicas.

... fuera de Ti, otro refugio no conocemos”

Para la mayoría de personas, la Madre del Señor es una madre siempre dispuesta a perdonarnos, a orar y a dirigirse directamente al Señor, con su prerrogativa de Madre, para hacerlo apiadarse de los pobres mortales. Y sabemos que la oración de la Madre tiene una gran fuerza para aplacar al Señor.

No nos queda otra cosa que pedirle con fervor y lágrimas: “¡Apiádate de nosotros, los humildes, porque fuera de Ti no conocemos otro refugio, nosotros, que estamos llenos de toda clase de pecados. ¡Apiádate de nosotros, oh esperanza de los cristianos!”.

¡Que la Madre del Señor nos conceda llegar a la morada celestial, y postrarnos ante sus pies!