Palabras de espiritualidad

Apología de la confesión frecuente

    • Foto: Oana Nechifor

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Quienes se confiesan con frecuencia no sienten miedo a la muerte. Están siempre preparados, ya que con su contrición incesante se han purificado el alma y esperan en paz su partida del mundo de lo corrupto a la felicidad del Paraíso.

Para tener frutos en nuestra vida espiritual, es necesario que nuestro acercamiento al Sacramento de la Confesión sea lo más frecuente posible, no solamente cuando sintamos que hemos cometido un pecado grave. Las bondades de la confesión regular son las siguientes, según San Nicodemo el Hagiorita:

1. Nuestras pasiones, defectos y maldades más comunes dejan de crecer y fortalecerse; al contrario, se reducen y pierden fureza.

2. Aquel que se confiesa con frecuencia, al examinarse constantemente, descubre con mayor precisión sus propios pecados y los recuerda de mejor manera.

3. Aún cuando la persona cometa algún pecado mortal (orgullo, avaricia, desenfreno, envidia, gula, ira, pereza), confesándose, inmediatamente viene a ella la Gracia de Dios, restableciendo nuevamente la paz. Al contrario, si el pecado queda sin confesar por mucho tiempo, termina destruyendo el alma con los remordimientos y, lo peor de todo —y les suplico que nunca se les olvide esto— es que en todo ese tiempo el individuo se priva de la Gracia Divina, y todas sus acciones virtuosas (ayuno, oración, caridad) quedan sin retribución.

4. La confesión regular, hecha con arrepentimiento y sinceridad, se vuelve para el creyente como un muro contra las tentaciones del demonio, librándole de la acción de la nigromancia y los hechizos, y, en general, de las obras satánicas de los que le tienen envidia. Para demostrar la veracidad de lo anterior, recordemos que aunque quienes practican la brujería recomiendan a sus “clientes” —para engañar a los incautos— que asistan a la iglesia, que oren y enciendan veladoras, siempre les previenen que no se acerquen a la Confesión, precisamente para que sus “trabajos” diabólicos tengan éxito. Cierta vez, un hombre poseído le dijo a un feligrés: “¿Qué puedo hacer contigo, si hablando con ese viejo chivo ya borraste todo?”, entendiendo por “borrar” el hecho de haberse confesado; desde luego, con la palabra “chivo” se refería al padre espiritual de aquella persona. El perdón de los pecados es, así pues, real, por eso es que el demonio ve cómo se desvanecen de sus anotaciones los pecados que confesamos. Entonces, como conclusión, podemos decir que la estola del padre espiritual aniquila toda influencia diabólica, “le quema el espinazo” al maligno, como dicen algunos..

5. Quienes se confiesan con frecuencia no sienten miedo a la muerte. Están siempre preparados, ya que con su contrición incesante se han purificado el alma y esperan en paz su partida del mundo de lo corrupto a la felicidad del Paraíso.

6. La confesión frecuente previene el pecado, porque cuando la persona es consciente de que más tarde tendrá que humillarse ante su confesor y recibir el debido canon de penitencia, se esfuerza en dejar de pecar.

(Traducido de: Arhim. Atanasie Anastasiu, Povățuire către pocăință, Editura Evanghelismos, p. 103-105)