¡Aprendamos a tener paciencia y esperanza!
“Estimo, en efecto, que los padecimientos del tiempo presente no se pueden comparar con la gloria que ha de manifestarse en nosotros” (Romanos. 8,18).
Se sabe que el camino que lleva a la Vida es estrecho y lleno de dificultades, y que son pocos los que lo cruzan (hasta el final).
Por eso, cualquier rechazo a la tentación enviada por el maligno —por amor a la herencia celestial— debe apoyarse fuertemente en la esperanza.
Porque no importa qué tribulación soportemos, ninguna de nuestras adversidades se puede comparar con las bodndades prometidas o con el consuelo que ya desde esta vida el Espíritu Santo concede a las almas, librándolas de la oscuridad de las pasiones y la maldad, y perdonándoles incontables deudas y pecados.
Porque, como dice el Apóstol: “Estimo, en efecto, que los padecimientos del tiempo presente no se pueden comparar con la gloria que ha de manifestarse en nosotros” (Romanos. 8,18).
(Traducido de: Sfântul Macarie Egipteanul, Alte şapte omilii, Cuvânt despre libertatea minţii, 16, în PSB, vol. 34, p. 343)