Palabras de espiritualidad

¡Aprende a ser agradecido, hermano!

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

El problema es que, en vez de agradecer por todo lo que Dios te ha concedido, te lamentas como si no tuvieras nada.

«Para el alma tenemos, en primer lugar, la razón y el conocimiento, que nos fueron dados desde que nacimos, y, en segundo lugar, también desde que nacimos se nos concedió la Gracia del Espíritu, entrelazada y fomentada silenciosamente en nuestras almas. Tenemos también la ley del Señor por escrito, para que estemos siempre atentos a ella, además de un cúmulo de libros de edificación espiritual, que alimentan nuestras almas y virtudes. Tenemos a la Santa Iglesia cual Madre, por medio de los Sacramentos que Dios nos dejó para las necesidades del alma. Contamos, en todas partes y en todo momento, con quienes ofician esos Sacramentos, verdaderos portadores del Espíritu, generosos, misericordiosos y benefactores en toda necesidad. Asimismo, recuerda que tienes personas bajo tu mando y también un título de noble, cosas que te pertenecen ahora, como antes, pero no por sí mismas, sino que fue nuestro Señor quien te las concedió, como un amoroso Padre —o incomparablemente más amoroso que cualquier padre terrenal—, sin pedirte nada a cambio, fuera de tu amor y gratitud hacia Él.

Pero ¿en dónde está tu agradecimiento? ¿En dónde está el mío? ¿En dónde está el amor? Casi todo el tiempo te la pasas enfadado, lamentándote y denigrando a los demás. No se observa que presentes a tu Señor una ofrenda de alabanza, humildad y contrición, que son las cosas que le agradan a Él. Si, con todo, no te esmeras en alcanzar las virtudes, al menos intenta volverte juicioso con un sincero arrepentimiento ante Dios y ante los demás, porque nunca te han faltado Sus bondades. El problema es que, en vez de agradecer por todo lo que Él te ha concedido, te lamentas como si no tuvieras nada. Y es muy probable que no haya un solo don que Dios no te haya dado; nunca te ha faltado nada de lo necesario para el alma y el cuerpo. ¿Por qué, entonces, no tienes paz?».

(Traducido de: Filocalia de la Optina, traducere de Cristea Florentina, Editura Egumenița, Galați, 2009, p. 31)