¡Arranquemos el pecado de raíz!
El problema para el confesor es cambiar el alma de quien se arrepiente, arrancarle el pecado de raíz.
Los pecados son frutos de un árbol malo, el de la vida en el error. Pensemos en un arbusto venenoso que crece y comienza a dar frutos, también ponzoñosos. Aunque le quitemos todos aquellos frutos, si dejamos que la planta siga ahí, al año siguiente volverá a llenarse de sus nocivos productos.
En otras palabras, no cambiamos nada en el alma de la persona si simplemente le perdonamos y absolvemos de diferentes faltas cometidas. El problema para el confesor es cambiar el alma de quien se arrepiente, arrancarle el pecado de raíz. Pero antes hay que descubrir en dónde está esa raíz.
(Traducido de: Protoiereu Vladimir Vorobiev, Duhovnicul și ucenicul, Editura Sophia, București, 2009, p. 18)