Asistamos y permanezcamos en la iglesia
“Señor, yo amo la casa donde Tú resides, el lugar donde Tu gloria habita” (Salmos 26, 8).
Sin lugar a dudas, la más importante edificación de entre todas las que hay en el mundo, por su dignidad, es la iglesia o “Casa de Dios”. Aunque Dios está en todas partes, en la iglesia Su presencia se evidencia de una forma extraordinaria, la más sensible y útil para los hombres. La revelación de Dios es aún más provechosa, más sensible para el hombre, cuando éste se hace iglesia de Dios, convirtiéndose en morada del Espíritu Santo, como los apóstoles y los otros grandes santos. Ese estado, sin embargo, es alcanzado por pocos cristianos; por eso, dejando para otra ocasión el diálogo sobre la iglesia no-creada por mano humana, sino construida por Dios —el hombre—, y sobre los “oficios” que deben celebrarse en ella, hablaremos ahora de la iglesia de Dios que es material, construida por las manos del hombre, sobre las oraciones que se elevan en ella, sobre el deber del cristiano de asistir con perseverancia a ella y sobre el provecho de esa perseverancia. La iglesia de Dios es como el Cielo en la tierra: “Hallándonos en la iglesia de Tu gloria, nos parece estar en el Cielo”, canta la Santa Iglesia. La iglesia es el lugar de la participación de Dios con los hombres: en ella se realizan todos los sacramentos. La Divina Liturgia y la Ordenación Sacerdotal no pueden ser oficiadas en otro sitio que no sea la iglesia. También los otros sacramentos deben ser celebrados en ella; sin embargo, en caso de necesidad, se permite que se oficien en otro sitio, como ocurre con la Confesión y la Santa Unción.
La iglesia de Dios resuena con sus alabanzas; no hay lugar en ella para las palabras de este mundo. Todo es santo en la iglesia de Dios. Aún sus mismas paredes, el suelo, el aire... Y es que la iglesia es permanentemente cuidada por el ángel de Dios. Los ángeles y los santos de la Iglesia Victorisoa descienden constantemente en ella. Realmente, es un gozo indescriptible el entrar a la iglesia. El Santo Profeta David, a pesar de ser un rey, a pesar de tener enormes y suntuosos palacios, a pesar de tener a su disposición cualquier forma de deleite y contento teerrenal, habló, apreciando todo, en la forma correcta: “Señor, yo amo la casa donde Tú resides, el lugar donde Tu gloria habita” (Salmos 26, 8). Esto lo dijo el Espíritu Santo, por medio de la boca de David. Quien, durante los años de su vida, asiste con frecuencia a la iglesia de Dios, es como si estuviera viviendo en ella. Cuando le llegue el momento de partir de este mundo, arribará sin trabajo a la Iglesia Celestial, que no fue creada por mano humana, cuyo constructor fue el mismo Dios.
En la iglesia oramos, nos edificamos, nos purificamos de nuestros pecados y comulgamos del Señor. Él mismo nos dejó ejemplo de esto (Juan 7, 14), al igual que los Santos Apóstoles (Hechos 3, 1). Los cristianos de todos los tiempos han considerado, siempre, un deber el asistir con frecuencia a la iglesia de Dios. San Demetrio de Rostov asemeja la asistencia a la iglesia y la participación en las oraciones que en ella se elevan, a un tributo imperial que todos debemos pagar cada día. Si la asistencia a cada Liturgia es considerada por el santo pastor un deber para todo cristiano, con mayor razón lo es para el monje. Los pobres son exonerados de pagar tributos, debido a sus condiciones materiales. También los enfermos están exonerados de asistir permanentemente a la iglesia.
(Traducido de: Sfântul Ignatie Briancianinov, Cuvânt despre rugăciunea în Biserică)