Aquí, en la tierra, recogemos los frutos de nuestros pensamientos y deseos. Si nuestros deseos son malos, nuestros pensamientos también serán malos. Es imposible que tales pensamientos produzcan buenos frutos. Toda la humanidad recoge los frutos de sus pensamientos y deseos. El Señor dijo, al referirse a Su Segunda Venida: “¿Acaso encontraré algo de fe?”. Por tal razón, debido a que la vida en este mundo es demasiado breve, tenemos que esforzarnos en ennoblecer los rasgos de nuestro carácter, porque con ellos partiremos a la eternidad.

Aquí podemos cambiar, si nos arrepentimos de nuestras ignominias y de nuestros malos pensamientos. Pero, desde el momento de su paso a la eternidad, el alma ya no puede pedir por sí misma. Esto es algo que también yo ignoraba, pero un día sentí que había llegado el fin de mi vida, y noté que ya no podía pedir por mi alma. Claro que otros pueden pedir por nosotros, pero uno mismo ya no puede hacerlo, porque se ha terminado el tiempo de presentar nuestra contrición.

¡Qué difícil es ese paso a la eternidad! Antes de partir, uno puede pedir incesantemente por su salvación, pero, una vez parte el alma a la eternidad, nada más puede hacer, sino solamente esperar que sean los demás quienes oren por ella. Cuando aún no nos ha llegado el momento de partir, y pedimos por nuestra salvación, el Señor recibe nuestras oraciones. Después, esto ya no es posible. Si, al momento de partir, pedimos también por nuestros hermanos, Dios acepta nuestras peticiones, aunque ya no podamos pedir por nuestra alma. ¡Ahí donde nos encuentre Dios al morir, ahí seremos juzgados!

(Traducido de: Starețul Tadei de la Mănăstirea Vitovnița, Pace și bucurie în Duhul Sfânt, Editura Predania, București, 2010, pp. 209-210)