Aunque cueste entenderlo, el sufrimiento puede llevarnos a la verdadera felicidad
El llanto verdadero, el llanto más profundo proviene del sentimiento de nuestra nimiedad, de la conciencia del mal que nos horada, pero también del sentimiento de una potencial plenitud, de la conciencia del bien que puede ser alcanzado.
Un hombre llora. Está inclinado bajo el peso de su destino humano, bajo el peso de los dolores del mundo. Atrapado peligrosamente por el sutil rayo de una estrella fugaz, siente cómo las plantas de sus pies se hunden profundamente en el barro, agobiado por la oscuridad de sus pecados.
Sobre una colina, con la frente inmersa en sus pensamientos, un hombre llora; esa misma alma, angustiada por el peso de todos los hijos y los padres, las hermanas y los hermanos, llora la vanidad y el vacío de todo lo que es trivial. No quiere nada más: ni pan, ni agua, ni el encomio de los demás. Lo que quiere es el maná del cielo. Rodeado por la soledad de los sufrimientos totales, el hombre llora el llanto de sus semejantes, y su risa es el dolor que desgarra su alma y su alegría superficial.
El llanto verdadero, el llanto más profundo proviene del sentimiento de nuestra nimiedad, de la conciencia del mal que nos horada, pero también del sentimiento de una potencial plenitud, de la conciencia del bien que puede ser alcanzado.
El llanto trae consuelo, nos ayude a disipar los elementos impuros; nos da fortaleza, coraje y confianza. El llanto transforma en una auténtica fructificación lo que nos era contrario. El calor de las lágrimas lava la oscuridad de la impotencia.
El hombre verdadero, el hombre criatura de la luz no le teme al mal y no aparta el sufrimiento. Él sabe que el mal puede ser vencido por un alma ferviente y que el sufrimiento es el camino a todas las alegrías, el camino de la luz y el poder. El sufrimiento es el precio de los valores perpetuos: la verdad y la belleza, el canto y la exhortación a la perfección. Por medio suyo, el hombre se acerca a la esencia de las cosas, al sentido de la vida, a Dios. Es el camino que nos lleva a obtener la iluminación de la mente y el corazón.
El sufrimiento verdadero es excelso, sereno, rico, celestial. Dios dotó nuestra vida de un alma y prodigiosos dones.
(Traducido de: Ernest Bernea, Îndemn la simplitate, Editura Anastasia, 1995, pp. 83-84)