Palabras de espiritualidad

¡Ayúdame, Señor, a ser digno de recibir tu Cuerpo y tu Sangre!

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

El que coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, tendrá que dar cuenta del Cuerpo y de la Sangre del Señor”

Se dice que Noé trabajó en el arca durante cien años para salvarse de la terrible muerte de las olas del diluvio. ¿Cómo tendríamos que prepararnos nosotros para librarnos de la muerte eterna? Moisés, el elegido de Dios, hizo el Arca de la Ley con la madera más selecta, recubriéndola con oro para que no se pudriera, para conservar de la mejor manera las Tablas de la Ley con los 10 mandamientos. Nosotros, que no somos más que unas débiles criaturas, con cuánto temor, fe y amor tendríamos que acercarnos al venerable Cuerpo y Sangre del Señor, para que, teniendo a Cristo en nuestro ser, podamos hacernos Iglesia suya y Paraíso Espiritual.

La ciencia médica, para ayudar a los enfermos, establece un determinado grupo sanguíneo para cada persona, de manera que, en caso de necesidad, cualquier individuo pueda ser salvado de morir, utilizando la sangre de otro. Pero la Sangre de Cristo es buena para toda la humanidad que la recibe con dignidad y amor.

Al impartir la Santa Comunión, el sacerdote dice: “El siervo (o sierva) de Dios, N., recibe el sagrado Cuerpo y la preciosa Sangre de nuestro Señor Jesucristo, Dios y Salvador nuestro, para el perdón de sus pecados y para la vida eterna”. ¡Pero esto ocurre solamente cuando comulgamos siendo dignos de ello!

Luego, para poder recibir la Santa Comunión con merecimiento, tenemos que confesarnos correctamente. Esto es lo que nos enseña el Santo Apóstol Pablo: “el que coma el pan o el cáliz del Señor indignamente tendrá que dar cuenta del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Que cada uno se examine a sí mismo antes de comer este pan y beber este cáliz; porque si come y bebe sin discernir el Cuerpo del Señor, come y bebe su propia condenación. Por eso, entre ustedes hay muchos enfermos y débiles, y son muchos los que han muerto”. (I Corintios 11, 27-30).

(Traducido de: Arhimandritul Serafim ManCrâmpeie de propovăduire din amvonul Rohiei, Editura Episcopiei Ortodoxe Române a Maramureșului și Sătmarului, 1996, p. 67)