El hombre simple es cándido e inofensivo, y puede transformar el mal y lo feo en algo bueno. Siempre piensa bien de sus semejantes. No es tonto, pero cree que los demás piensan igual que él.

¡Denos un ejemplo, padre!

—¿No les he hablado del padre Caralampio, del Monasterio Koutloumoussiou? Al principio lo pusieron de bibliotecario, pero al poco tiempo lo cambiaron de lugar, porque nunca cerraba con llave la puerta. “¿Para qué cerrar con llave la biblioteca?”, decía. “¡Dejen que la gente venga a leer!”. Tenía una sencillez y una pureza tan grandes, que no le pasaba por la cabeza que hubiera alguien capaz de robarse los libros.

El hombre simple, debido a que jamás puede pensar mal de los demás, considera que todos son buenos.

(Traducido de: Cuviosul Paisie Aghioritul, Patimi și virtuți, Ed. Evanghelismos, București, 2007, p. 271)