Palabras de espiritualidad

Buscar la humildad más profunda

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Hacernos humildes es algo esencial si queremos conservar una disposición auténticamente cristiana. Y esta se manifiesta en una conciencia permanente de nuestra nimiedad, como una forma de reprendernos a nosotros mismos radical y completamente.

Cuando contemplamos un árbol centenario, cuyas ramas parecen llegar hasta las nubes, inducimos que sus raíces deben estar profundamente asentadas en la tierra para poder sostener al árbol entero. Si las raíces no descienden hasta las entrañas de la tierra —quizás tan profundamente como altas son las ramas—, y si no son lo suficientemente fuertes y seguras como el resto del árbol, no podrán alimentarlo. Tampoco serán capaces de sostenerlo; si soplara un viento de ligero a moderado, podría hacerlo caer con facilidad.

Una cosa semejante puede observarse en la vida espiritual del hombre. Si, al igual que los apóstoles, reconocemos la grandeza de nuestro llamado en Cristo —es decir, nuestra elección en Él, antes de la creación del mundo, para “recibir la filiación” (Gálatas 4, 5)— este nos hará humildes, no orgullosos. Hacernos humildes es algo esencial si queremos conservar una disposición auténticamente cristiana. Y esta se manifiesta en una conciencia permanente de nuestra nimiedad, como una forma de reprendernos radical y completamente a nosotros mismos. Y mientras más serio y profundo es ese condenarnos a nosotros mismos, más alto nos eleva Dios.

“El Reino de Dios es cosa que se conquista, y los más decididos son los que se adueñan de él... El que tenga oídos para oír, que escuche” (Mateo 11, 12-15).

(Traducido de: Arhimandritul SofronieRugăciunea – experiența vieții veșnice, Editura Deisis, Sibiu, 2001, p. 101)