Cada hogar debería ser una escuela del amor verdadero
El matrimonio es santo cuando es santificado por la Iglesia, cuando abarca los tres lados del ser humano: el cuerpo, el alma y el espíritu.
Cualquier idea sobre el hombre o la mujer (tanto en el matrimonio como fuera de él), percibiéndolos como simples fuentes de placer carnal, debe ser considerada, desde un punto de vista cristiano, como un pecado, porque implica la disolución de la trinidad del ser humano, convirtiéndolo en un mero objeto. Esta actitud demuestra la incapacidad de controlar la voluntad propia. La esposa resuelve las necesidades domésticas cotidianas y el hombre se va del hogar, porque cree que ella no le dedica la suficiente atención. De igual forma, es considerado un pecado el deseo de no volver a casa, en donde al marido lo espera su esposa en estado de gravidez o simplemente extenuada, o tal vez triste sin un motivo aparente. Entonces, cabe preguntarnos: ¿en dónde está el verdadero amor?
El matrimonio es santo cuando es santificado por la Iglesia, cuando abarca los tres lados del ser humano: el cuerpo, el alma y el espíritu, cuando el amor entre esposos los ayuda a crecer espiritualmente y cuando ese amor no se resume solamente a la propia persona, sino que, transfigurándose, rebosa también sobre los hijos y abarca con su calor a quienes los rodean.
Una escuela del amor quisiéramos que tuviera cada persona que está por casarse o que ya se ha casado. Es una escuela que hace más puras a las personas, y también más ricas en lo espiritual.
(Traducido de: Pr. Prof. Gleb Kaleda, Biserica din casă, Editura Sophia, București, 2006, p. 20)