Palabras de espiritualidad

Cada individuo puede irradiar el bien o el mal a los demás

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

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El pecado “entrena” a nuestro ser entero y nos hace vivir una gran cantidad de sensaciones, emociones, representaciones. Cada dimensión de este complejo de vivencias tiene sus propias ondas y vibraciones, y se propaga alrededor, buscando comunicarse a alguien más.

¡El mal es contagioso! Es la acción de un espíritu impuro sobre nuestro cuerpo y nuestra alma, con nuestra voluntad y participación. El pecado “entrena” a nuestro ser entero y nos hace vivir una gran cantidad de sensaciones, emociones, representaciones. Cada dimensión de este complejo de vivencias tiene sus propias ondas y vibraciones, y se propaga alrededor, buscando comunicarse a alguien más.

Cada quien vive su forma de vida en particular, pero también se las participa a los demás, en función de la fuerza de vibración de las experiencias respectivas. Por ejemplo, la oración, acompañada siempre del poder no-creado de Dios, llega hasta los confines del mundo, en el tiempo y el espacio.

Las palabras vacías, esas que son pronunciadas inútilmente, tienen una fuerza menor. Basta con ignorarlas para salir indemne… Pero las maldiciones, las ofensas, la pornografía, las blasfemias… los actos, las palabras y los pensamientos potenciados por las fuerzas de la oscuridad tienen una zona de acción mucho más grande, y cada uno en función de la fuerza del espíritu respectivo y la vulnerabilidad de quienes son atacados. Pero contamos también con una gran ciencia divina que nos ayuda a no ser tan vulnerables…

Los demonios “especializados” en el desenfreno, sobre todo en sus formas contrarias a la naturaleza, son cada vez más poderosos, porque atacan la vida del hombre, que es el don divino más precioso que existe. ¡Y el hombre es más vulnerable en esto, porque es más tentado por aquello para lo que “no tiene permiso”! O simplemente es vulnerable por desconocimiento, o por su necedad, como se dice popularmente: “Cree que puede y lo prueba, solo para ver cómo es”. ¡Solamente una vez! Y el maligno le jura que podrá renunciar en cualquier momento …

La sensación de placer es muy fuerte, incluso paralizante para la conciencia, y puede someter totalmente al hombre, si este desconoce el gozo espiritual de ser humano, de amar y ser amado, de apreciar y ser apreciado, de tener una misión en el mundo y de gozar libremente de los dones de la vida de aquí y de eternidad. Solo el hombre puede oponerse al placer. Eso sí, solamente si sigue siendo humano y no cae en un estado de animal.

(Traducido de: Monahia Siluana VladGânduri din încredințare, Editura Doxologia, Iași, 2012, pp. 71-72)