Palabras de espiritualidad

Cada persona es un milagro irrepetible

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Si intentara meter toda el agua del mar en mi cartera, ¿no sería una cosa de locos? ¡Desde luego que sí! No podemos conocer, completamente, a ninguna persona, ni a nosotros mismos, porque cada individuo es un misterio enorme.

importante mantener cierta distancia con los demás y que es importante aceptar a cada uno tal como es. ¿Cómo acompañarlo, entonces, en su aflicción y sufrir junto a él?

– Desde luego que enloquecerás si intentas conocerlo completamente. Por ejemplo, si intentara meter toda el agua del mar en mi cartera, ¿no sería una cosa de locos? ¡Desde luego que sí! No podemos conocer, completamente, a ninguna persona, ni a nosotros mismos, porque cada individuo es un misterio enorme. Y esto es, precisamente, lo que lo hace pleno. Cuando creo que conozco por completo a un individuo, deja de estar completo, lo fragmento y se vuelve una caricatura. Y creo saber ya de lo que es capaz y de lo que no... ¡Pero no sé nada! Puede que sepa lo que hizo ayer o qué hizo hace un par de días, o talvez lo que haría en determinadas circunstancias, pero no lo conozco.

Y aceptarlo completamente significa aceptarlo con eso que no conocemos de él. Y no sólo con lo que no conocemos, porque no lo ha manifestado, sino también con lo que será. Piensen que el Señor le dijo a San Pedro: “¡Retrocede, Satanás!”. Y esto, poco después de aseverarle que le daría las llaves del Reino. Y te preguntarás: “¿Qué, acaso Dios no sabía lo que respondería Pedro cinco minutos después de asegurarle que fundaría Su Iglesia en la base de su testimonio, y que del Padre provenía lo que acababa de pronunciar”. Sí, lo sabía. Y, en verdad, el Señor fundó su Iglesia en el testimonio de San Pedro, el mismo apóstol que habría de predicar el Evangelio por todas partes. Pero no en el de ese Pedro que se asustó al enterarse lo que habría de sufrir su Maestro y dijo: "Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá".

Así debemos actuar nosotros también, respecto a las debilidades de nuestro semejante. No debemos temer decirle una palabra severa o reprenderlo. Piensen en las duras palabras que el Señor le dirigió a Su apóstol: “¡Retrocede, Satanás!”. Esto no quiere decir que debemos repetir esa frase todo el día. Pero no debemos temerle a lo que hagamos en el torrente de nuestro amor o de nuestras debilidades, al relacionarnos con los demás. Es, ciertamente, un pecado serio no ver al otro en su totalidad, es decir,, como lo veremos el día de la Resurrección. Sólo detente a pensar cómo será él o ella el día de la Resurrección. Y entonces todo cambiará, aunque ahora no quiera escuchar hablar de la Resurrección.

(Traducido de: Monahia Siluana Vlad, Deschide cerul cu lucrul mărunt, Editura Doxologia, Iași, 2013, pp. 106-108)