Palabras de espiritualidad

Cada uno escribe su propia historia

    • Foto: Andrei Agache

      Foto: Andrei Agache

La vida del hombre está formada por momentos. Valoremos, pues, cada uno de ellos, cada hora, porque solamente así tendremos una vida bendecida.

Yo creo que el mejor, el más bello y el más santo de los dones, es la salud que Dios le concede al hombre, prologándole la vida. Este es el modo en que Dios le ofrece al hombre la posibilidad, una oportunidad única de enmendar algunas cosas de las que no haya conseguido ocuparse en el año que termina.

Cada uno de nosotros escribe su propia historia. La vida del hombre está formada por momentos. Valoremos, pues, cada uno de ellos, cada hora, porque solamente así tendremos una vida bendecida. Cuando partamos de este mundo a la vida eterna, será ya demasiado tarde para decir: “¡Ay de mí, si tan sólo se me concediera un poco más de tiempo para subsanar mis errores...!”.

Prolongando nuestro tiempo de vida, el amor de Dios nos exhorta a todos, clero y laicado, a luchar por hacernos mejores cristianos, más receptivos, más conscientes. Sólo eso quedará cuando partamos: “Pero el mundo pasa, y con él, sus deseos. En cambio, el que cumple la voluntad de Dios permanece eternamente (I Juan 2, 17). El que cumple con la voluntad de Dios, da muestras de constancia, humildad y pureza. Así es y así será por siempre. Sólo cuando nos sacrificamos, tal como Dios lo pide, nos llenamos de alegría. Por eso, “mientras estamos a tiempo hagamos el bien a todos, pero especialmente a nuestros hermanos en la fe(Gálatas 6,10).

¡Qué hermoso es sembrar la semilla del amor, el sacrificio y la compasión a cada paso que damos! Así es como el día y el año finalizan dando testimonio de nuestras acciones, en la medida en que hayamos podido realizarlas, sabiendo que sólo estábamos cumpliendo con nuestro deber de cristianos. Sólo así seremos siempre bendecidos, sólo así obtendremos el don y el auxilio de Dios, y el nuevo año será uno lleno de santidad, en paz y bendición.

El deber, la misión de la Iglesia consiste en poner en práctica, a cada instante, el mandamiento del amor, especialmente en estos días en los que el Dios Invisible y No-creado desciende a la tierra, para librar al hombre de las fauces del pecado y la muerte.

(Traducido de: Arhimandrit Eusebiu Giannakakis, În mijlocul durerii, la căpătâiul celor suferinzi, Editura Doxologia, pp. 111-112)