Palabras de espiritualidad

Canon de contrición a nuestro Señor Jesucristo

    • Foto: Bogdan Zamfirescu

      Foto: Bogdan Zamfirescu

"¿Cómo no llorar cuando me acuerdo de la mente? He visto cómo era sepultado mi hermano, yaciendo exánime sin honor ni poder. Sin embargo ¿qué sigo esperando? ¿En quién pongo mis esperanzas? Solamente en Ti, Señor".

Oraciones iniciales

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, Amén.

Gloria a Ti, Nuestro Dios, gloria a Ti.

Señor, Rey del Cielo, consuelo nuestro, Espíritu de la Verdad, que estás en todas partes y que llenas todo. Tesoro de bien y Dador de Vida, ven y vive en nosotros, purifícanos de toda mancha y salva nuestras almas, Oh Bondadoso.

Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros (3 veces).

Gloria al Padre, al Hijo, y al Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

Santísima Trinidad, ten piedad de nosotros. Señor, perdona nuestros pecados. Soberano nuestro, absuelve nuestras faltas. Oh, Santo, observa y sana nuestras debilidades, por tu Santo Nombre. Amén.

Señor, ten piedad (3 veces).

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

Padre nuestro que estás en el Cielo, santificado sea Tu Nombre. Venga a nosotros Tu Reino, hágase Tu Voluntad así en la tierra como en el Cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día. Perdona nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal.

Porque Tuyo es el Reino, el Poder y la Gloria, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

Canto I

Verso: Ten piedad de mí, oh Dios, ten piedad. (se repite antes de cada tropario)

Como un pecador y penitente, me acerco a Ti, Señor y Dios mío, y no me atrevo a mirar al Cielo. Solamente oro y clamo: ¡Concédeme, Señor, poder llorar amargamente por mis faltas!

Ten piedad de mí, oh Dios, ten piedad.

¡Ay de mí, pecador, porque soy el más miserable de todos los hombres y no hay un ápice de contrición en mi alma! Dame, Señor, lágrimas de compunción por mis faltas.

Gloria al Padre…

Hombre insensato y malvado, ¿por qué pierdes el tiempo con tu desidia? Piensa en tu propia vida y vuelve a Dios, para llorar por tus faltas.

Ahora y siempre…

Oh, Purísima Madre de Dios, dirige tu mirada a mí, que soy pecador, y líbrame de las ataduras del maligno, guiándome al camino del arrepentimiento, para poder llorar por mis faltas.

Canto III

Cuando nos presentemos ante el estremecedor Juicio del Señor, los actos de cada uno quedarán expuestos. ¡Ay de los pecadores, porque serán enviados al tormento! Sabiendo todo esto, alma mía, arrepiéntete de tus faltas.

Ten piedad de mí, oh Dios, ten piedad de mí.

Los justos se regocijarán, y los pecadores llorarán. En aquel momento, ya nadie nos podrá ayudar, porque nuestras propias faltas nos condenarán. Por eso, no te demores más, y arrepiéntete de tus maldades antes de que venga el fin.

Gloria al Padre…

¡Ay de mí, tan pecador, por haberme deshonrado con mis propias acciones y pensamientos, incapaz de llorar por la dureza de mi corazón! Más bien, póstrate y humíllate, alma mía, y arrepiéntete de tus maldades.

Ahora y siempre…

He aquí, Señora, que tu Hijo nos enseña el bien, pero yo, que soy un pecador, sin cesar me aparto del camino del bien. Pero tú, que eres misericordiosa, ten piedad de mí, para que pueda arrepentirme de todas mis iniquidades.

Canto IV

Agradable y apacible es, en esta vida, el camino de los placeres, ¡pero, el día postrero, cuando el alma se separe del cuerpo, qué amargo será! Sabiendo todo esto, arrepiéntete, alma mía, para que puedas llegar al Reino de Dios.

Ten piedad de mí, oh Dios, ten piedad de mí.

¿Por qué te aprovechas de pobre? ¿Por qué no les pagas lo justo a tus sirvientes? A tus hermanos no los amas, pero sí que te aferras al desenfreno y a la tristeza que este trae consigo. Entonces, apártate de todo eso, alma mía, y arrepiéntete, para que puedas entrar al Reino de Dios.

Gloria al Padre…

¡Ay de ti, insensato! ¿Hasta cuándo te seguirás preocupando por acumular más y más riquezas, cual abeja, si cuando menos lo esperes no serán más que polvo y ceniza? Más bien, busca el Reino de Dios.

Ahora y siempre…

¡Oh, Madre de Dios, ten piedad de mí, que soy un pecador! Fortaléceme en las virtudes y socórreme para que no me sorprenda la muerte sin estar preparado, sino que guíame, oh Virgen, al Reino de Dios.

Canto V

Acuérdate, miserable hombre, de que los pecados te tienen sometido con la mentira, la envidia, la enemistad y la debilidad, como a una fiera salvaje. Alma mía llena de pecados ¿eso es lo que quieres?

Ten piedad de mí, oh Dios, ten piedad de mí.

Mis miembros se estremecen, sabiéndome culpable, viendo con mis ojos, oyendo con mis oídos y entregándome completamente a la perdición. Alma mía llena de pecados, ¿eso es lo que quieres?

Gloria al Padre…

Habiéndose arrepentido, al adúltero y al ladrón los recibiste, Señor; pero yo, con la desidia del pecado me he recargado y me veo sometido por el maligno. Alma mía llena de pecados, ¿es eso lo que quieres?

Ahora y siempre…

Sublime y pronto auxilio eres para todos los hombres, oh Madre de Dios, ayúdame a mí, que soy indigno, porque mi alma pecadora eso es lo que anhela.

Canto VI

En este mundo, como un desenfrenado he vivido y he entregado mi alma a la oscuridad. Pero Tú, misericordioso Señor, líbrame de la esclavitud del maligno y lléname de sabiduría para que pueda cumplir con Tu voluntad.

Ten piedad de mí, oh Dios, ten piedad de mí.

¿Quién más comete las faltas que yo cometo? Tal como el cerdo se revuelca en el fango, así también yo le sirvo al pecado. Pero Tú, Señor y Dios mío, sácame de la dejadez y dame un corazón capaz de cumplir con Tu voluntad.

Gloria al Padre…

¡Levántate, hombre pecador, y corre a tu Dios, confesándole tus pecados entre lágrimas y suspiros! Y Él, apiadándose de ti, te dará Su auxilio para que puedas hacer Su voluntad.

Ahora y siempre…

¡Madre de Dios, Purísima Virgen, líbranos de las trampas visibles e invisibles del maligno, acepta nuestras oraciones, presentándoselas a tu Hijo, y danos la sabiduría necesaria para cumplir con tu voluntad!

Kondakion

¿Por qué te enriqueces en pecados, alma mía? ¿Por qué haces la voluntad del maligno? ¿En quién pones tu esperanza? Apártate de él y regresa a Dio, clamando: ¡Compasivo Señor, ten piedad de mí, pecador!

Ikos

Acuérdate, alma mía, del terrible momento de la muerte y del estremecedor Juicio de nuestro Creador, Dios. Recuerda que los ángeles oscuros vendrán a por ti, alma mía, y te llevarán al fuego eterno. Entonces, antes de morir, arrepiéntete, clamando: ¡Ten piedad de mí, Señor, que soy pecador!

Canto VII

No ambiciones, alma mía, las riquezas pasajeras ni la holgura obtenida de forma injusta, porque no sabes a quién le quedará todo lo que ahora es tuyo. Por eso, clama: ¡Ten piedad de mí, Cristo Dios, porque soy un pecador!

Ten piedad de mí, oh Dios, ten piedad de mí.

No pongas tus esperanzas, alma mía, en la salud del cuerpo, que es pasajera, ni en la belleza efímera, porque tú misma has visto que hasta los más poderosos y los más jóvenes mueren. Por eso, no dejes de repetir: ¡Ten piedad de mí, Cristo Dios, aunque sea indigno!

Gloria al Padre…

Acuérdate, alma mía, de la vida eterna, del Reino de los Cielos —que ha sido preparado para los santos—, de la siniestra oscuridad y de la ira de Dios, que viene sobre los malvados. Por eso, clama: ¡Ten piedad de mí, Cristo Dios, aunque sea indigno!

Ahora y siempre…

Póstrate, alma mía, ante la Madre de Dios, y dirígele tus oraciones, porque ella es un auxilio pronto y seguro para los que se arrepienten, pidiéndole que se apiade de mí, que soy indigno.

Canto VIII

¿Cómo no llorar cuando me acuerdo de la mente? He visto cómo era sepultado mi hermano, yaciendo exánime sin honor ni poder. Sin embargo ¿qué sigo esperando? ¿En quién pongo mis esperanzas? Solamente en Ti, Señor. Por eso, te pido que redimas mi alma antes del final.

Ten piedad de mí, oh Dios, ten piedad de mí.

Dirige a mí Tu compasiva mirada cuando me presente ante Ti para ser juzgado, Tú, que eres raudo para perdonar.

Bendecimos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, el Señor.

Creo que Tú vendrás a juzgar a vivos y muertos, y todos estarán en el orden correcto: ancianos y jóvenes, superiores y subordinados, señores y jueces, ricos y pobres, hombres y mujeres. ¿Cuál será mi lugar entonces? Concédeme, Señor, arrepentirme antes del fin.

Ahora y siempre…

Purísima Madre de Dios, acepta mi indigna plegaria, líbrame de una mala muerte y haz que me arrepienta antes del fin.

Canto IX

Ahora me dirijo a ustedes, ángeles, arcángeles y todos los demás poderes celestiales que están ante el Trono de Dios; les ruego que oren a Dios para que mi alma no sea sometida a los tormentos eternos.

Ten piedad de mí, oh Dios, ten piedad de mí.

Ahora me dirijo a ustedes, santos, patriarcas, reyes y profetas, apóstoles, prelados y todos los demás elegidos de Cristo, para que me ayuden en el Juicio y mi alma sea salvada de la oscuridad del enemigo.

Gloria al Padre…

Ahora levanto mis manos hacia ustedes, santos, mártires, ascetas, venerables y todos los demás santos que oran a Dios por todo el mundo, para que mi alma sea salvada cuando me llegue el momento de morir.

Ahora y siempre…

Oh, Madre de Dios, ayúdame, porque confío en ti. Pídele a tu Hijo que me ponga a Su diestra cuando venga a juzgar a vivos y muertos.

Luego:

Verdaderamente es justo bendecirte a ti, que haz dado a luz a Dios, la más bienaventurada, purísima, y Madre de nuestro Dios. Tú, que eres más venerada que los querubines, e infinitamente más enaltecida que los serafines. Tú, que sin mancha has traído al mundo a Dios hecho Palabra, a ti, que eres realmente la Madre de Dios, te glorificamos.