Palabras de espiritualidad

Cargando con el sufrimiento del otro hasta la casa del Padre

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Estamos llamados a ser de Cristo. Así, cada uno de nosotros debe enfrentar el temor al sufrimiento, tanto el nuestro, como el de los demás. Ese temor de decirnos que el sufrimiento nos va a atravesar el alma si nos abandomanos a él, si abrimos nuestros ojos y nuestros oídos, si escuchamos el clamor de nuestra conciencia. Nuestra participación en la vida de este mundo, la de los demás y la de Cristo, comenzará desde el momento en que digamos “¡Sí, así sea!”

Estamos llamados a ser de Cristo. Así, cada uno de nosotros debe enfrentar el temor al sufrimiento, tanto el nuestro, como el de los demás. El temor de decirnos que el sufrimiento nos va a atravesar el alma si nos abandomanos a él, si abrimos nuestros ojos y nuestros oídos, si escuchamos el clamor de nuestra conciencia. Nuestra participación en la vida de este mundo, la de los demás y la de Cristo, comenzará desde el momento en que digamos “¡Sí, así sea!” Porque, trátese del mundo, de una persona aislada o de un grupo de personas atravesando duras pruebas, asumir al otro significa cargar también con su sufrimiento sobre nuestros hombros, imitando a Cristo, portando a esa persona hasta la casa del Padre...

Esto significa que lo que llevamos sobre nuestros hombros es en realidad una cruz, y esta cruz debemos cargarla hasta el Gólgota. Y sólo si nos dejamos crucificar en ella, sin enojo y sin cerrarnos en nosotros mismos, sino entregándonos hasta el fin, podremos decir, “Perdónalo, Padre, porque no sabe lo que hace".

Esta es la tarea que se nos pide cumplir a cada uno de nosotros. Comienza por lo más pequeño: aprendiendo simplemente a ver y a escuchar el dolor real que hay a nuestro alrededor, que desgarra la vida y hiere el corazón de nuestro prójimo. Se dice que, cargando entre dos el peso del sufrimiento, éste se hace dos veces más ligero. Y, en el fondo, el sufrimiento del otro no existe, en tanto que somos extraños unos con otros. Recuerdo cómo, estando en el Monasterio de la Santísima Trinidad, buscaba un día en dónde sentarme para comer, cuando un monje me dijo: “¡Padre, siéntese donde quiera!”. Yo le respondí, “No quiero sentarme en el lugar de otro”. El monje se me quedó viendo boquiabierto, incapaz de entender lo que acababa de decirle, y me respondió: “¡Pero es que para nosotros no existen otros... todos somos nosotros!"

(Traducido de: Mitropolit Antonie de Suroj, Taina iertării.Taina tămăduirii, Editura Reîntregirea, 2010, pp. 35-26)



 

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