Ciertamente, la muerte no es algo tan terrible
El hombre se prepara, a lo largo de su vida mortal, para la eternidad. Quien no haya pasado por la muerte no podrá ganarse la “vida sin muerte”.
La muerte, por sí misma, no es algo atroz; lo verdaderamente terrible es cuando de ella no entiende nada aquel que sigue con vida, cuando ella no sirve a ninguna causa. La muerte por una causa, como el sacrificio de tantos en las prisiones del régimen comunista, no es en vano. Si hoy los honramos, si encendemos una veladora en su nombre y apreciamos su gesto y su sacrificio, es que no murieron inútilmente, porque el pueblo entiende algo de ese martirio y lo mantiene presente. ¿O es que las personas que mueren en epidemias o accidentes son más honradas que aquellos que murieron en nombre de la patria? Por eso, quien haya sobrevivido al terror de las prisiones comunistas debe dar testimonio en nombre de todos los que murieron allí. En esos lugares la muerte no eligió, sino que tomó todo lo que quiso y pudo, llevándose a quienes le vino en gana, pero también de acuerdo a las disposiciones de Dios. La muerte significa también un paso; por eso, a lo que es mortal se le llama “pasajero”, y debe ser sometido a lo que es inmortal.
Cuenta el Paterikón que una vez había dos cristianos intentando derribar un árbol en el bosque. El primero dijo: “Mira, hermano, así es también la vida del hombre… Vivimos, nos agitamos y, finalmente, aparece la muerte y nos echa abajo como a este árbol, sin elegir nada”.
El otro le respondió: “No, hermano, no es así. Solamente después de haber derribado este árbol veremos si es bueno para la construcción, o para fabricar muebles o alguna otra cosa para el hogar, o si con él se puede crear algún instrumento musical… O talvez solamente sirva para hacer fuego”. Lo mismo pasa con el hombre: Dios lo mide y pesa en el momento adecuado, y lo destina a cosas nobles, o lo arroja al fuego eterno. El hombre se prepara, a lo largo de su vida mortal, para la eternidad. Quien no haya pasado por la muerte no podrá ganarse la “vida sin muerte”.
(Traducido de: Adrian Alui Gheorghe, Părintele Iustin Pârvu – Daruri duhovniceşti, Editura Eikon, Cluj-Napoca, 2010, p. 64-65)