Palabras de espiritualidad

¿Cómo actuar en estos momentos de crisis?

    • Foto: Stefan Cojocariu

      Foto: Stefan Cojocariu

Un momento de crisis no es necesariamente una cosa catastrófica o algo irreversible. Cada crisis es un momento de juicio. No en el sentido de condenar y ejecutar a alguien, sino en el de hacer un análisis.

Partamos de esta palabra: crisis. Si buscamos en un diccionario, encontraremos lo siguiente: «Manifestación de algunas dificultades (económicas, políticas, sociales, etc.); período de tensión, de confusión, de prueba (a menudo decisivos), que se manifiesta en la sociedad». Esta definición se puede aplicar perfectamente a la situación que enfrentamos actualmente. Si seguimos el hilo etimológico de la palabra “crisis”, es decir, krísis en griego, veremos que significa “juicio”, o, por ejemplo, citando a René Guénon, en su libro dedicado a la crisis del mundo moderno, veremos que dicha palabra también puede entenderse como “selección” o “elección”.

Así pues, un momento de crisis no es necesariamente una cosa catastrófica o algo irreversible. Cada crisis es un momento de juicio. No en el sentido de condenar y ejecutar a alguien, sino en el de hacer un análisis. Llegas a un momento de crisis, cuando las circunstancias y las limitaciones te golpean, y te llevan a preguntarte: «¿Cómo fue que llegué a este punto? ¿En qué cosa me equivoqué? ¿Qué podría haber hecho? ¿Qué puedo hacer, especialmente de aquí en adelante, para salir de esta crisis?». Para el cristiano, un momento de crisis es la mejor oportunidad para evaluar su propia vida y tomar decisiones trascendentales, que signifiquen un cambio y un “borrón y cuenta nueva”, tal como nos lo enseñan el Señor y los Padres de hace dos mil años, diciéndonos que cada momento de nuestra vida debe ser la ocasión para decir: «¡Quiero empezar de nuevo! A partir de hoy, con la ayuda y la misericordia de Dios, quiero dejar de pecar y empezar a cumplir Su voluntad».

Entonces, es un tiempo para examinar nuestro interior y no los pecados de los demás ni los de la sociedad, porque podríamos caer en la tentación de decir: «Bien, queridos, tanto repitieron que querían “hospitales y no catedrales” (consigna utilizada por ciertos grupos en algunas manifestaciones), que ahora, cuando todos quieren ir a la iglesia, la encuentran cerrada. Y, en el referéndum (que se hizo hace varios meses en Rumanía, para establecer la definición legal del matrimonio como la unión entre un hombre y una mujer), ustedes se cansaron de repetir: “¡Me quedo en casa!”. ¡He aquí que su deseo ahora se ve cumplido!». No es el momento de hablar así, porque a nosotros no nos corresponde el Juicio de Dios. No sabemos qué es lo que piensa Él. No sabemos por qué permitió que viniera sobre nosotros esta pandemia. No, este es el momento de juzgarme a mí mismo. Esto significa evaluar mi propia vida, a la luz de mi conciencia, para ver si he actuado de acuerdo a lo que Dios ordena, para ver en qué me he equivocado y qué debo corregir. Nada más. El resto... el resto es cosa de Dios. Él sabe bien, con Su pedagogía, por qué permite que pasen ciertas cosas.