¡De qué paz tan grande podríamos gozarnos, si tan sólo dejara de importarnos lo que dicen o hacen los demás, así como lo que no es de nuestra incumbencia! El problema es que, sometidos por nuestros vicios y pasiones, dejamos de esforzarnos por entrar al camino de los santos. “Mi paz os dejo, Mi paz os doy, pero no como el mundo la da”.

¡Qué dulzura, qué amor tan grande encierran estas palabras de Jesucristo! Y es que hay dos clases de paz: la paz de Jesús y la paz del mundo. La “paz” del mundo está llena de ansiedad, tristeza, aflicción, zozobra, remordimiento. Jesús dice: “Véncete a ti mismo”. Domina tus deseos, opónte a tus caprichos, vence tus vicios y tu espíritu obedecerá Sus mandamientos, permaneciendo en una indescriptible serenidad. Porque nada en esta vida, ni las penas, ni los sufrimientos, ni las injusticias, ni las persecuciones podrían perturbar Su paz, que está más allá de todo entendimiento. Amén.

(Traducido de: Ieromonah Arsenie Boca, Cărarea Împărăţiei, Editura Charisma, Deva, 2006, p. 16)