¿Cómo es que Dios nos sigue soportando?
El único remedio para esta vida, para librarla de la desgracia, es la santidad. Y es que la santidad es tanto efectiva como preventiva. Y todos los hombres están obligados a ganarla... si quieren salvarse.
Todos los castigos son considerados como provenientes de Dios, cual pago por nuestros pecados. Con todo, Él no castiga aquí todos los pecados. Esto es lo que quisiera la humanidad. Y, debido a que no es paciente, se pregunta: ¿cómo es que Dios nos sigue soportando? Muchos, debido a esta paciencia divina, pierden la certeza de la existencia de Dios. Por eso, ya que Dios conoce la debilidad de los creyentes y el desenfreno de la maldad, de vez en cuando interviene con estremecedores castigos (en forma de sucesos terribles) entre las personas. Cierto es que Él no castiga todas las maldades aquí e inmediatamente, y tampoco recompensa todo el bien aquí y al instante, me parece que por las siguientes razones:
- Si castigara todas nuestras maldades aquí, podría entenderse que este mundo es el único que existe. Si castigara todo el mal inmediatamente, significaría que le teme a la fuerza del mal, el cual, al no ser sancionado en seguida, podría arrebatarle el dominio sobre el mundo.
- Si recompensara todo el bien aquí, en esta vida, significaría exactamente lo mismo, que existe solamente este mundo. Si retribuyera todo el bien inmediatamente, significaría que el alma existe solamente en este mundo, en el cual Dios se siente obligado a pagar ipso facto Sus deudas con el hombre.
- Al castigar —algunas veces— el mal y recompensar el bien, Dios busca que el hombre entienda que tal es el precio de obrar de una u otra forma.
- Si raras veces lo hace en este mundo, es que con certeza lo hace en la vida eterna.
- Si algunas veces no castiga el mal, es porque espera el arrepentimiento del pecador.
- Si algunas veces no recompensa el bien practicado por el hombre, es señal de que está trabajando su paciencia. En ambos casos Él espera el final del hombre y las circunstancias en las que este ocurre. No importa si durante mucho tiempo fue bueno o malo: la última palabra la tienen sus instantes finales.
Una recompensa aquí e inmediatamente por todas sus acciones, terminaría dañando la libertad del hombre. Dejaría de cometerse el mal por temor al castigo, y se obraría el bien sólo por interés en una retribución. Con esto, la gloria de Dios se vería disminuida de alguna forma y el prestigio del ser humano, en su camino a la deificación, también resultaría mermado.
He aquí, pues, a qué nivel de libertad y amor desinteresado Dios quiere alzar a Sus hijos a su sentido metafísico, oculto en Él, Quien es Espíritu, Amor y Verdad. Esto también hace a los hombres libres y les ayuda a reconocerse como tales. Los límites del hombre son los de su santidad. Y la santidad viene de Dios. Así, el único remedio para esta vida, para librarla de la desgracia, es la santidad. Y es que la santidad es tanto efectiva como preventiva. Y todos los hombres están obligados a ganarla... si quieren salvarse. La santidad se asemeja a la salud primordial, al sereno resplandor del alma. En donde existe todo esto, ahí descansa Dios; al contrario, en donde falta, también Jesús pierde la paciencia. Ciertamente, lo más difícil del mundo es hacer que el hombre busque la realización de la santidad. Sí, el hombre conoce bien todos los infortunios que afronta cuando no cimenta su vida en Dios, sin embargo... Pero también hay muchos hermanos nuestros que ya desde este mundo tan lleno de pecado han alcanzado el brillo de la “Transfiguración”.
(Traducido de: Părintele Arsenie Boca, Omul, zidire de mare preț, Editura Credința strămoșească, p. 139-141)