¿Cómo es que había almas capaces de profetizar?
Tal como los reflejos de los rostros no se forman en cualquier material, sino en aquellos que presentan nitidez y transparencia, del mismo modo la obra del Espíritu no se da en todas las almas, sino solo en aquellas que no tienen nada anómalo ni retorcido.
Haciéndose como espejos de la obra divina, (los profetas) mostraban un reflejo claro, inconfundible y en nada manchado por las pasiones del cuerpo. Porque el Espíritu Santo está junto a todos, pero imprime su propia fuerza solo en aquellos que han sido purificados de las pasiones; a los que tienen la mente mezclada con las manchas del pecado, en absoluto. Es necesario que, junto con la pureza, se manifieste también un orden firme, estable y bien dispuesto. Pues no es puro quien es inestable en la templanza, sino quien somete al Espíritu el deseo del cuerpo.
Tal como los reflejos de los rostros no se forman en cualquier material, sino en aquellos que presentan nitidez y transparencia, del mismo modo la obra del Espíritu no se da en todas las almas, sino solo en aquellas que no tienen nada anómalo ni retorcido. La nieve es brillante, pero los rostros de quienes miran en ella no se ven, porque es áspera, al estar compuesta de espuma endurecida. La leche es blanca, pero no recibe las imágenes, porque tiene también pequeñas burbujas. En el agua, en cambio, y en la tinta, la forma se refleja gracias a la suavidad de su superficie.
Por eso, el desorden de la vida es inapropiado para alcanzar la obra divina. Siempre que el alma, entregada plenamente a la práctica de la virtud, conserva sin cesar impresa en sí la memoria de Dios mediante un ardiente anhelo por Él, y así dispone que Dios esté en ella como habitando, haciéndose teófora por la contemplación inquebrantable de Dios y por un deseo inefable, entonces se hace digna del carisma de la profecía, pues Dios le concede la fuerza divina y le abre los ojos del alma para la visión de las manifestaciones que Él quiere.
Por eso los profetas eran llamados antiguamente “videntes”, por la visión anticipada de las cosas que habrían de suceder, como si estuvieran presentes. Los profetas veían no solo las cosas futuras, sino también las ocultas de los presentes, como dice Pablo: “Si todos profetizan y entra algún incrédulo o ignorante, quedan al descubierto los secretos de su corazón” (1 Corintios 14, 24–25).
(Traducido de: Sfântul Vasile cel Mare, Comentariu la cartea profetului Isaia, colecția PSB 2, Editura Basilica a Patriarhiei Române, București 2009, p. 123)
