¿Cómo escapar del hábito de juzgar a los demás?
Ese hábito tan común de juzgar las palabras y los actos de los demás, es una enfermedad espiritual originada por la insensibilización de la fuerza racional de la mente, por causa del egocentrismo.
El individuo que juzga con facilidad, lo hace porque se ha acostumbrado —erradamente— a analizar los actos y palabras de los demás, en vez de hacerlo con los suyos. Olvida, así, las palabras de la Escritura que dicen: “No juzguéis y no seréis juzgados, porque con el juicio con que juzgareis seréis juzgados”. Ese hábito tan común de juzgar las palabras y los actos de los demás, es una enfermedad espiritual originada por la insensibilización de la fuerza racional de la mente, por causa del egocentrismo.
El desconocimiento de las enseñanzas evangélicas desboca la influencia del irracional y aleja la Gracia divina. Y, debido a que el hombre no posee el conocimiento de Dios —y, en consecuencia, no ha alcanzado la iluminación—, termina engañándose en sus juicios. De aquí surgen sus justificaciones con los “¿por qué no?”, “y si...” y los “¿acaso?”, dando lugar a la condena, la animadversión, la desobediencia y, en general, a la maldad.
La disipación de todas esas maldades nos la puede otorgar nuestro Señor, por medio de Sus palabras: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado” (Juan 13, 34), y: “En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros” (Juan 13, 35). Aquel que se esmera en guardar la ley del amor evangélico, de acuerdo al mandamiento de nuestro Señor, se libra de esa maldad que amenaza con llenarlo todo. Así, no juzga a los demás, ni murmura en contra de ellos, mucho menos les hace el mal. Con esto, sin hacer un esfuerzo extraordinario, se libra del hombre viejo y de toda la ley de la perversión, ya que el amor pone todo en orden.
(Traducido de: Gheronda Iosif Vatopedinul, Dialoguri la Athos, Editura Doxologia, Iași, 2012, pp. 39-40)