Palabras de espiritualidad

¿Cómo esperamos salvarnos, si no acudimos a confesarnos con regularidad?

    • Foto: Florentina Mardari

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Todos debemos tener un padre espiritual y confesarnos con regularidad, incluso aquellas cosas que no nos parece que sean pecado.

¿Es posible alcanzar la salvación sin tener un padre espiritual y sin confesarnos?

—En absoluto. No hay nadie —laicos, monjes o clérigos— que pueda salvarse sin confesar sus pecados y sin recibir la absolución de un padre espiritual, como dice el Señor: “A quienes perdonéis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retengáis, les serán retenidos” (Juan 20, 23). Y, en otro lugar: “Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el Cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el Cielo” (Mateo 18, 18).

Entonces, ¿cómo podría entrar alguien al Reino de los Cielos, sin que sus pecados hayan sido absueltos aquí en la tierra? Y esta es una potestad que se les ha concedido solamente a unos cuantos elegidos, es decir, a los apóstoles, los obispos y los sacerdotes, pero no a los laicos.

Todos debemos tener un padre espiritual y confesarnos con regularidad, incluso aquellas cosas que no nos parece que sean pecado.

Esto nos lo enseña el Santo Apóstol y Evangelista Juan: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y no decimos la verdad. Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es justo y fiel, nos perdona nuestros pecados y nos purifica de toda injusticia” (I Juan 1, 8-9). Y San Simeón de Tesalónica subraya: “Todos tenemos que arrepentirnos, laicos, monjes, sacerdotes y prelados. Todos tenemos que arrepentirnos (confesarnos), para poder salvarnos”. Todos hemos sido concebidos y paridos en pecado. La Santa Escritura dice que el pecado engendra la muerte (Santiago 1, 15) y que nada impuro entrará en el Reino de Dios.

Dicho esto, recordemos que “el pecado es el quebrantamiento de la Ley de Dios, razón por lo cual representa algo impuro y desagradable para Él, y que la ira del Señor vendrá sobre los malvados y pecadores que mueran sin haberse arrepentido y confesado. Los pecadores, si se arrepienten y se confiesan, mitigan la justa ira de Dios y alcanzan la salvación de sus almas.

(Traducido de: Ne vorbește Părintele Cleopa 4, Ediția a II-a, Ediție îngrijită de Arhimandrit Ioanichie Bălan, Editura Mănăstirea Sihăstria, Vânători-Neamț, 2004, pp. 109-111)