Cómo hacer para interiorizar la “Oración de Jesús”
Mientras más escuchan tus oídos la oración, cuando trabajas durante el día, con más facilidad brota la oración por la noche, y la mente se concentra mejor.
«Me escribes que sueles pronunciar la oración en voz alta. Pero ahora sientes la necesidad de interiorizarla, de cerrar la boca y orar con tu mente. Esto es una señal de que has avanzado un poco. Cuando repetimos la oración con la boca durante mucho tiempo, esmerándonos en entender lo que pronunciamos, poco a poco la oración va entrando en nuestro corazón, haciendo posible dicha interiorización, y la boca deja de pronunciar las palabras en voz alta. Entonces forzamos nuestra mente a que no se disperse, contenemos la respiración todo lo posible y repetimos la oración de la manera más pura que podemos. Cuando alcances la oración en su forma más pura y obtengas el don de las dulces lágrimas que brotan con ella, te diré lo demás que tienes que hacer.
Pero, atención: el maligno también te puede crear la ilusión de haber alcanzado esa interiorización. Por ejemplo, hay veces en las que, cuando estamos orando con la boca, viene el maligno y nos la sella como con una piedra. ¿Qué pasa? Que uno cree que ha alcanzado la interiorización de la oración, pero, al intentar orar desde el corazón, nada sucede. Y la mente se dispersa hacia mil lugares. Es simplemente un ardid del enemigo para cerrarnos la boca. Si ves que no puedes concentrar tu mente, esfuérzate en desatascar tu boca.
A mí me pasó una vez, siendo yo un principiante, mientras repetía sin cesar “¡Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí!”. Vino el maligno y me cerró la boca. Intenté concentrar mi mente, pero, ya que en ese momento también estaba trabajando con las manos, mi mente se dispersaba y mi oración brotaba a trompicones, con interrupciones. Cuando, más tarde, le conté todo esto a mi confesor, él me recomendó: “¡Esfuérzate en repetir la oración con tu boca!”. Y así lo hice. Con un poco de esfuerzo, mi boca, como si fuera un motorcito, empezó a repetir la oración. Y después me quedó un sabor dulcísimo en el paladar, como si me hubiera comido un trozo de chocolate.
A partir de ese momento, empecé a repetir la oración con la boca mientras trabajaba, y no sentía ni hambre ni sed, porque ese dulce sabor me alimentaba completamente. Mientras más escuchan tus oídos la oración, cuando trabajas durante el día, con más facilidad brota la oración por la noche, y la mente se concentra mejor».
(Traducido de: Monahul Iosif Dionisiatul, Starețul Haralambie - Dascălul rugăciunii minții, traducere și editare de Ieroschimonah Ștefan Nuțescu, Editura Evanghelismos, București, 2005, pp. 206-207)