¿Cómo orar cuando nos ataca la desesperanza?
“Ten misericordia de mí, Señor, porque estoy lleno de iniquidades, atado por ellas como por fuertes cadenas. Sólo Tú me puedes liberar y sanar.”
Recordemos, hermanos, que también San Antioco nos enseña que, al atacarnos la desesperanza, no debemos ceder, sino que fortalecidos y llenos de la luz de la fe, debemos decirle al espíritu astuto: “¿Qué relación hay entre nosotros, enemigo de Dios, caído del Cielo, siervo maligno? No hay nada que puedas hacerme. Sobre mí, como sobre todas las demás criaturas, sólo Cristo, el Hijo de Dios, tiene poder. Ante Él he pecado, ante Él seré juzgado. ¡Y tú, miserable, vete lejos de aquí! Con la fuerza de Su Santa Cruz aplastaré tu cabeza de serpiente”.
Oremos, llenos de devoción:
“Soberano, Señor de los Cielos y la Tierra, Rey eterno, haz que se me abran las puertas de la contrición, para que pueda orar con dolor en el corazón, porque Tú eres el único Dios verdadero, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, la luz del mundo. Acepta, oh Piadosísimo, mi oración. No la rechaces. Perdona mis innumerables pecados. Escucha mi oración y perdona todo el mal que he cometido. Te pido el sosiego que no encuentro, porque mi conciencia me reprende. Anhelo la paz, pero no la hallo, debido a mis incontables faltas.
Atiéndeme, Señor, porque he caído en la desesperanza. Perdiendo toda esperanza y toda voluntad de enmendarme, acudo a Tu compasión. Ten piedad de mí, que soy culpable y acusado por mis propios pecados. Ten misericordia de mí, Señor, porque estoy lleno de iniquidades, atado por ellas como por fuertes cadenas. Sólo Tú me puedes liberar y sanar.”
(Traducido de: Un serafim printre oameni, Sfântul Serafim de Sarov, Editura Egumeniţa, 2005, p. 352-353)