¿Cómo orar, si el pecado nos domina?
Si quien se halla en tan infeliz estado desea sanarse, debe aceptar lo antes posible el pensamiento y la inspiración que lo lleven de la oscuridad a la luz y del pecado a la contrición. Además, debe orar, con todo su corazón, diciendo: “¡Señor mío, ayúdame, ayúdame pronto y no me dejes en esta oscuridad del pecado!”.
Cuando el maligno somete a una persona al pecado, es muy cuidadoso en enceguecerla y evitar que algún pensamiento bueno le revele su forma desafortunada forma de vida. No sólo elimina cualquier pensamiento bueno de contrición y conversión, sustituyéndolo con otro perverso y dañino, sino que también lleva al individuo a caer una y otra vez en el mismo pecado y en otros aún peores. El miserable pecador no se da cuenta que cada vez está más ciego y más lleno de oscuridad, cayendo más hondo en el abismo del pecado y en un estado tal que provoca compasión. Se trata de una vida que gira, en un círculo vicioso, hasta la muerte, si es que Dios no acudiera a salvarla con Su gracia.
Si quien se halla en tan infeliz estado desea sanarse, debe aceptar lo antes posible el pensamiento y la inspiración que lo lleven de la oscuridad a la luz y del pecado a la contrición. Debe orar, además, con todo su corazón, diciendo: “¡Señor mío, ayúdame, ayúdame pronto y no me dejes en esta oscuridad del pecado!”.
Pero no debe clamar tan sólo una vez. Asimismo, debe pedir ayuda y consejo, para poder librarse de los adversarios que lo atacan. Y si no pudiera levantarse de su estado de pecado, que corra con valentía a Cristo Crucificado y, arrodillándose ante Sus santos pies y ante la Virgen María, que pida misericordia y auxilio. En ese gesto de coraje se encierra la victoria.
(Traducido de: Nicodim Aghioritul, Războiul nevăzut, Editura Egumenița, Galați, pp. 106-107)