¿Cómo piensas en Dios?
Dios mismo se revela en el hombre que se hace digno de Él.
Hace unos veinte años, vinieron de visita a nuestro monasterio unos monjes franceses, que antes habían pasado por el Santo Monte Athos. Y nos dijeron que los padres del Santo Monte suelen dar el siguiente precepto: “Piensa en Dios, consciente de que Él es Dios, no como si pensaras en cualquier otra persona. ¡Y respíralo tal como respiras el aire!”. Sabemos que no podríamos existir sin el aire. De todo lo que necesitamos para vivir, el aire es una condición primordial. Por eso, aquellos padres querían subrayar que, de la misma forma en que el aire es lo más necesario para nuestra vida física, para nuestra vida espiritual lo más necesario es pensar en Dios y orar. De ahí la idea que debemos pensar en Dios de la misma forma en que respiramos. Evidentemente, Dios no es un elemento que pueda respirarse, pero pensar en Dios sí es algo que debemos practicar de forma perenne, si es posible, del mismo modo en que utilizamos el aire para poder existir.
Los padres del Santo Monte también hacen una observación: “Piensa en Dios, consciente de que Él es Dios, no como si pensaras en cualquier otra persona”. Es decir, debemos pensar en Él con pensamientos elevados, más allá de este mundo, con pensamientos que nos alzan más allá de lo que nos rodea y nos llevan a la esfera de la vida divina. Esto es lo que nos sugiere el siguiente irmos del Jueves Santo: “Del banquete del Soberano y de la mesa inmortal venid, oh fieles, a tan elevado lugar, endulzándoos con pensamientos gloriosos”. O como se nos dice en el himno Querubínico del Sábado Santo, que empieza con las siguientes palabras: “Que calle todo cuerpo y permanezca con temor y estremecimiento... que nada de lo terrenal piense en sí mismo”. Cuando se alcanza semejante estado, el que ora se siente cerca de Dios y se le abren horizontes de felicidad y luz, en los cuales el alma refleja la grandeza de Dios y se transforma en la misma semejanza (II Corintios 3, 18), porque Dios mismo se revela en el hombre que se hace digno de Él.
(Traducido de. Arhim. Teofil Părăian, Punctele cardinale ale Ortodoxiei, Editura Lumea credinței, p. 113-114)