Se cuenta de un hermano que era atacado por toda clase de pensamientos blasfemos, lo cual lo llenabda de vergüenza. Y cada vez que oía hablar de algún padre espiritual lleno de virtud, iba a verlo con la intención de confesarle su lucha; pero, cuando llegaba, la misma vergüenza le impedía decir nada. Muchas veces fue a buscar también al abbá Pimeno, y cada vez, al verlo, el anciano se daba cuenta de la lucha interna que libraba aquel monje, pero le entristecía que no le contara nada. Un día, mientras lo acompañaba a la puerta para despedirse, le dijo: «Mira, hijo, hace ya mucho tiempo que vienes aquí con el deseo de contarme tus pensamientos, y cuando llegas, no quieres hablar, sino que siempre te vas afligido. Dime, pues, ¿qué es lo que tienes?». Y el monje le respondió: «El demonio me ataca con pensamientos de blasfemia contra Dios, y me daba vergüenza decirlo, padre...». Con solo decir esto, el monje sintió ya un profundo alivio. Entonces, el anciano le dijo: «No te aflijas, hijo. Cada vez que venga uno de esos pensamientos, di: “Yo no tengo culpa alguna. ¡Caiga tu blasfemia sobre ti, Satanás, porque mi alma no la quiere!”. Recuerda: todo pensamiento que el alma no desea está condenado a vivir poco».

Así, el hermano fue sanado y se marchó en paz.

(Traducido de: Patericul, ediția a IV-a revizuită, Editura Reîntregirea, Alba-Iulia, 2004, p. 192)