¿Cómo reavivar nuestra vida espiritual?
Nos dejamos engañar por las preocupaciones de las cosas pasajeras, por la codicia de acumular más y más, por la gula y el cuidado del cuerpo... Y luego llegamos a un punto en el que no tenemos más paciencia para orar.
Para reavivar la vida espiritual, el padre Joel Gheorghiu recomendaba:
—La vida espiritual no se puede restaurar sino con mucha oración, buscando un buen padre espiritual, renunciando a las preocupaciones mundanas y esforzándose mucho en las cosas espirituales, pidiendo siempre la Gracia y la misericordia de Dios. Sin embargo, allí en dode reinan las pasiones como el orgullo, la discordia, el cuidado exagerado por las cosas del mundo, el bienestar y el confort, nada se puede renovar, mientras no extraigamos esas faltas de raíz. Además, la vida espiritual no se puede reavivar sin una palabra de enseñanza, que salga del corazón y se dirija al corazón. Con todo, ¡no perdamos la esperanza!
Y agregaba:
—Los hombres de hoy son incapaces de orar pacientemente y con perseverancia, porque, como dice un cántico que entonamos en la iglesia, “los afanes del mundo me han sacado del Paraíso”. Nos dejamos engañar por las preocupaciones de las cosas pasajeras, por la codicia de acumular más y más, por la gula y el cuidado del cuerpo... Y luego llegamos a un punto en el que no tenemos más paciencia para orar, porque el espíritu y el calor del corazón se nos han extinguido, razón por la cual nuestra mente se distrae fácilmente con las banalidades del mundo.
Asimismo, hemos dejado de orar con tesón y lágrimas, porque nos olvidamos del momento de nuestra propia muerte y del Día del Juicio; se nos olvidan también los votos del Bautismo y los que hicimos cuando fuimos tonsurados. Aún más: nos olvidamos de visitar a los enfermos y a aquellos que sufren. ¡Cuánto no desearían ellos estar en nuestro lugar y orar entre lágrimas, día y noche, para que pronto sean sanados! Así pues, oremos más, aunque sea a la fuerza, porque en algún momento vendrá el Espíritu y nos encenderá el corazón.
También decía:
—Si pensamos siempre en la muerte y en el Juicio, si atendemos a los enfermos, y si leemos más a los Santos Padres y la Santa Escritura, empezaremos a orar más, nos endulzaremos con el don de la oración, nos llenaremos del don de las lágrimas y creceremos en la fe y el fervor. Asimismo, no olvidemos la fuerza del ayuno, porque sin este es imposible orar. No faltemos a la iglesia, especialmente a la Divina Liturgia, sino solamente en caso de enfermedad o cuando tengamos que cumplir con nuestro canon de obediencia.
Yo siempre me sentí estrechamente unido a los oficios litúrgicos. De hecho, fueron ellos los que me mantuvieron siempre cerca de Dios. Cuando tenía que cumplir con mis trabajos de obediencia o cuando iba de camino a algún lado, no dejaba de repetir la “Oración de Jesús”. Cuando me hallaba en mi celda, lo que más leía era el Salterio y el Libro de las Horas. Que cada uno lea los libros que le alimenten y le sean de mayor provecho. Que cada uno ore como se lo dicte su propia mente y su padre espiritual, pero sin faltar jamás a los oficios litúrgicos. Recordemos siempre las palabras del salmista. “¡Ardiendo con el espíritu, sirviéndole al Señor!”. Y cuando no podamos orar más, hagamos postraciones, leamos algo que nos nutra el alma, visitemos a los enfermos, consolemos a nuestros hermanos o practiquemos la caridad, que obtendremos la misma recompensa.
(Traducido de: Arhimandrit Ioanichie Bălan, Patericul românesc, Editura Mănăstirea Sihăstria, pp. 690-691)