Palabras de espiritualidad

Cómo reconocer al cristiano verdadero

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

¿Cómo reconocer a un cristiano verdadero? Si está lleno de amor, si es humilde, paciente, misericordioso y generoso.

Caminando entre la floresta, te das cuenta que no es posible conocer las cualidades de los árboles, si antes no gustas de sus frutos. Lo mismo debemos pensar de las personas. Muchos se hacen llamar “cristianos”. Pero un “cristiano” verdadero no puede conocerse sino por su fe correcta y su amor. ¿Cómo reconocer a un cristiano verdadero? Si está lleno de amor, si es humilde, paciente, misericordioso y generoso.

Y, del mismo modo en que muchos de los árboles nos ofrecen frutos agradables a la vista, pero cuando los gustamos nos damos cuenta que no son buenos de comer, así también encontraremos que hay muchos “cristianos” que por fuera parecen buenos: hablan agradablemente, con suavidad y tranquilidad, ayunan y oran mucho... pero, una vez los “tocamos”, nos evidencian lo amargo de sus frutos, porque están llenos de odio, envidia, maldad e inclemencia. Por eso, son como árboles que dan frutos que no pueden ser consumidos.

Precisamente de esto nos habla el Señor: “Porque no hay árbol bueno que dé fruto malo y, a la inversa, no hay árbol malo que dé fruto bueno. Cada árbol se conoce por su fruto” (Lucas 6, 43-44). Con lo dicho no quiero difamar el ayuno o la oración, pero estos no son nada si les falta el amor cristiano. Tampoco estoy en contra de hablar con suavidad, amabilidad y paz, pero, sin los frutos del amor, todo eso no es sino falsedad y perversidad. No sólo las buenas palabras, sino las acciones unidas a las palabras suaves, mansas y agradables evidencian al buen cristiano.

Por eso, debemos portar en nuestro interior el verdadero espíritu cristiano y, si carecemos de él, esforzarnos en obtenerlo. Así, si en nosotros vive el bien, se hará evidente también en nuestro exterior. En palabras del mismo Cristo, “El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca lo bueno” (Lucas 6, 45).

(Traducido de: Sfântul Tihon din Zadonsk, Dumnezeu în împrejurările vieţii de zi cu zi, Editura Sophia, Bucureşti, 2011, p. 101)