Palabras de espiritualidad

¿Cómo “tentamos” a Dios?

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

No sólo con nuestra oposición y nuestros “¿por qué?” tentamos a Dios. Lo tentamos también cuando le pedimos algo, aunque nuestra vida esté completamente alejada de Él.

Dice Salomón: “Dios se deja encontrar por los que no lo tientan” (Sabiduría 1, 2).  ¿Quienes son los que tientan a Dios? Los que dudan, los que titubean o los que, aún peor, se oponen a Su omnipotencia y omnisciencia. Nuestra alma no debe oponerse a Dios, diciendo, “¿Por qué hizo Dios esto de tal manera, acaso no podía hacerlo de otra forma?”. Todo esto demuestra pequeñez de alma y animadversión interior. Y esto no es sino una muestra de la elevada idea que tenemos de nosotros mismos, nuestro orgullo y amor propio. Esos “¿por qué?” atormentan a la persona, dando lugar a la aparición de aquello que el mundo llama “complejos”. Por ejemplo, “¿Por qué soy tan bajo?”, o “¿Por qué soy tan espigado?”. Y la persona ora, se esfuerza, pero no consigue nada. Sufre y se afana inútilmente.

Mientras que, con Cristo, con Su Gracia, todo esto desaparece. Existe ese “algo” profundo, es decir, un “por qué”, pero la Gracia de Dios cubre al hombre y, aunque en la raíz haya un complejo, en la superficie brota un rosal con hermosas flores. Y, mientras más humedezcan la fe, el amor, la paciencia y la humidad esas flores, menos fuerza tendrá el mal, debilitándose paulatinamente. Pero, si no humedecemos aquel rosal, utilizando las mencionadas virtudes, éste empezará a marchitarse, a morir y, en vez de flores, lo que brotarán son espinas.

Sin embargo, no sólo con nuestra oposición y nuestros “¿por qué?” tentamos a Dios. Lo tentamos también cuando le pedimos algo, aunque nuestra vida esté completamente alejada de Él.

(Traducido de: Ne vorbeşte părintele Porfirie – Viaţa şi cuvintele, traducere din limba greacă de Ieromonah Evloghie Munteanu, Editura Egumeniţa, 2003, pp. 261-262)