Confesarse frente a los íconos
Las postraciones, las lágrimas, las oraciones, el llanto espiritual, la tristeza frente a los íconos, en casa o en la Iglesia, junto a cualquier otro trabajo espiritual, son premisas buenas y necesarias para expresar nuestro arrepentimiento y pedir el perdón de Dios por nuestros pecados. Pero, para completar esta tarea nuestra y para que recibamos el perdón y la absolución de nuestros pecados, es necesario ser conducidos finalmente al Santo Misterio de la Confesión.
¿Es suficiente confesarnos frente a los íconos? ¿Es posible creer, sin participar de los Sacramentos de la Iglesia?
“Pues donde están dos o tres reunidos en mi Nombre, allí estoy yo en medio de ellos.” (Mateo 18, 20)
El sentido de la venida del Señor a este mundo, fue fundar Su Iglesia. El Misterio de la Iglesia, que constituye la gracia del Espíritu Santo, no es una noción abstracta que pueda ser vivida e interpretada por cuaquier persona y de cualquier manera. Es una realidad concreta del Cuerpo vivo de Cristo, que se muestra en cada momento histórico y en cada zona en donde haya un Obispo ortodoxo y sus sacerdotes, mismos que, en su calidad de descendientes de los Santos Apóstoles, han recibido la facultad de oficiar los Sacramentos de la Iglesia. Uno de estos es el de la Confesión, por medio del cual se otorga la absolución y el perdón de los pecados a quienes conocen y entienden sus faltas, arrepintiéndose y luchando con todas sus fuerzas para no repetirlas.
El Señor le dijo a Sus discípulos: “En verdad les digo: Todo lo que aten en la tierra, lo mantendrá atado el Cielo, y todo lo que desaten en la tierra, lo mantendrá desatado el Cielo.” (Mateo 18, 18). Y después de Su Resurrección, “Reciban el Espíritu Santo: a quienes descarguen de sus pecados, serán liberados, y a quienes se los retengan, les serán retenidos.” (Juan 20, 23).
El Señor, de una forma suficientemente clara, confiere la facultad de perdonar los pecados, a los Apóstoles y a sus discípulos, por medio del Sacramento de la Confesión. Las postraciones, las lágrimas, las oraciones, el llanto espiritual, la tristeza frente a los íconos, en casa o en la Iglesia, junto a cualquier otro trabajo espiritual, son premisas buenas y necesarias para expresar nuestro arrepentimiento y pedir el perdón de Dios por nuestros pecados. Pero, para completar esta tarea nuestra y para que recibamos el perdón y la absolución de nuestros pecados, es necesario ser conducidos finalmente al Santo Misterio de la Confesión.
Debo agregar que confesarnos con nuestro Padre Espiritual es beneficioso también, porque él nos ayuda, con sus conocimientos y experiencia, en la identificación y comprensión de la magnitud de nuestros pecados, algo que muchas veces se nos escapa. Además, el confesor nos da su consejo y una regla de penitencia, en relación a la forma en que debemos arrepentirnos y trabajar para crecer en el conocimiento de la verdad.
Si para nuestra salvación fuera suficiente con tener una fe general, indeterminada y vaga en la existencia de Dios o de una Fuerza superior, entonces no habría tenido sentido que el Señor viniera a la tierra a encarnarse y fundar la Iglesia. Tal forma de fe “general” en la existencia de Dios, existía ya antes de la venida del Señor. Los judíos, especialmente, creían en un Dios verdadero y respetaban Su ley. Pero esto no era más que una preparación para la venida del Señor, cuando Dios mismo se hizo hombre verdadero, para elevar la naturaleza humana a la vida espiritual de la que se alejó con la desobediencia de los primeros seres.
(Traducido de: Arhimandritul Tihon, Tărâmul celor vii, Sfânta Mănăstire Stavronichita, Sfântul Munte, 1995)