Palabras de espiritualidad

Consejos espirituales de San Paisos de Athos

  • Foto: Stefan Cojocariu

    Foto: Stefan Cojocariu

Aquel que, para creer en Cristo, pide milagros, es que no tiene nobleza. Para Dios lo único importante es que lo amemos simplemente porque es bueno.

Luchemos con todas nuestras fuerzas para obtener el Paraíso, porque la puerta es muy estrecha. Por eso, ignoremos a esos que dicen que todos alcanzaremos la salvación.

Sabio y juicioso es aquel que ha entendido bien que esta vida tiene un final y se esfuerza en terminar con sus faltas y debilidades..

La confianza en Dios es una incesante y silenciosa oración que atrae, sin agitación, las fuerzas de Dios, ahí donde son necesarias y cuando se les necesita.

Confiémosle a Dios nuestro futuro. La confianza absoluta en Dios tiene como madre a la fe con que oramos y recibimos los frutos de la esperanza.

Nuestra plena confianza en Dios nos libra de la inseguridad que produce la fe en nuestro propio “yo”, y nos hace gozar del Paraíso ya desde esta vida.

Cuando, por causa de nuestra generosidad, hacemos que Dios se alegre de nuestra vida, Él nos llena de rebosantes bendiciones.

Cuando el hombre lucha lleno de esperanza, el consuelo divino desciende y el alma siente con fuerza la ternura del amor de Dios.

Dios espera de nosotros solamente devoción y una buena disposición del corazón, demostradas aún a pesar de nuestra poca perseverancia y de sabernos pecadores. Lo demás nos lo da Él.

El progreso espiritual se manifiesta cuando nos brota el sentimiento de que todo lo que hacemos es miserable.

No recuerdes tanto el frío del invierno, para no congelarte aún en agosto.

Mientras ame, el hombre tendrá el derecho de aplicar para los “exámenes espirituales”. Pero, ojo, que no existen los “exámenes extemporáneos”. Esforcémonos en pasar esa prueba, para alcanzar el Paraíso.

Felices de aquellos que tienen a Cristo como el eje de sus corazones, que giran gozosos alrededor de Su santo Nombre, de forma inteligible e incesante.

Nadie llega al Cielo por medio de un escalamiento terenal, sino con un descendimiento espiritual. Sólo así, avanzando agazapados, es como podremos atravesar la estrecha puerta del Paraíso.

Los esfuerzos físicos y el trabajo no podrían amistarnos tanto con Dios, como lo hacen la compasión del alma y el amor al prójimo. 

Nuestro amor debe ser el mismo para todos. Sólo entonces es amor de Dios. Todo se inclina ante este amor, y a su alrededor todo se derrite.

Cuando nos conocemos a nosotros mismos, ocurre una rotura espiritual de nuestra persona. Así es como se libera la energía, superamos el peso de nuestra naturaleza y describimos una trayectoria espiritual.

En nuestros tiempos, tristemente, la razón vino a sacudir nuestra fe y a llenar de dudas las almas. La consecuencia de esto es que nos hemos quedado sin milagros, porque un milagro se vive, no se explica.

No conseguimos nada reprendiendo el mal. Pero, presentando el bien, el mal se reprende a sí mismo. Sólo con los buenos ejemplos se reprende a esos que han hecho del pecado una moda.

Un fruto espiritual es creer que no hacemos nada. Sólo en ese estado humilde de decepción con nosotros mismos se esconde la buena disposición espiritual.

Dios no permite ninguna tribulación y ningún mal, si de ellos no sale nada mejor de lo que podríamos considerar, humanamente, que es todo.

La peor enfermedad es el orgullo, que nos trajo del Paraíso al mundo y del mundo intenta llevarnos al tormento.

Si quieres “forzar” a Dios a escucharte cuando oras, mueve la palanca hacia donde escribe “humildad”, porque en su presencia es que Dios actúa.

No huyamos del pecado temiéndole al castigo, sino por amor y por el deseo de no entristecer a nuestro Bienhechor, Cristo.

Aquel que, para creer en Cristo, pide milagros, es que no tiene nobleza. Para Dios lo único importante es que lo amemos simplemente porque es bueno.

Los pensamientos puros purifican nuestra alma y desactivan las armas del demonio del desenfreno, porque sólo en un cuerpo puro el alma se mantiene pura, haciendo que en ella permanezca la Gracia divina.

No hay nada que ocurra sin la Providencia de Dios. Y ahí en donde está la Providencia Divina, todo lo que suceda, sin importar cuán amargo sea, traerá un provecho para el alma.

Jóvenes, procuren llenar el “disco” del corazón ahora que aún hay tiempo, porque, cuando sean viejos, junto a la música bizantina podrían inmiscuirse también los ecos de la música terrenal.

Dios ayuda y no perjudica, porque Él ve más lejos. Y lo que le interesa, como un buen padre, es estar con nosotros en el Paraíso. Por eso es que nos envía pruebas en esta vida.

Fuente: http://www.euart.gr/1A428B6C.el.aspx