Palabras de espiritualidad

Conservando la Gracia y multiplicándola en nuestra alma

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Aquellos que han recibido el consuelo de la Gracia y agradecen ese alivio, ese placer espiritual, pero se confían, viviendo despreocupadamente, pronto caen en la soberbia, porque su corazón ha dejado de experimentar la contrición y sus pensamientos han perdido todo rastro de humildad.

El don de la Gracia Divina, el Espíritu Santo, se guarda y se multiplica por medio de la humildad y la devoción. Sin embargo, el orgullo y la superficialidad alejan el don celestial.

Las almas que aman a Dios y a la verdad, mismas que buscan incesantemente a Cristo, no solo no necesitan ser convencidas por otros; son almas que se sienten clavadas a la Cruz de Cristo y que diariamente reconocen su avance, su progreso espiritual, pero sin llenarse de soberbia. Hambrientas de la justicia de las virtudes, reciben la iluminación de la mente en el espíritu, según las palabras de Cristo Mismo: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados”.

De hecho, la satisfacción de esa hambre y esa sed no será perfecta sino después de la liberación del alma (del cuerpo). Dios envía Sus riquezas gradualmente, en la medida de la perseverancia de quien se las pide. Y, con todos los dones recibidos, esas almas no se envanecen, sino que todo el tiempo sienten su nimiedad e insignificancia. No se engríen, sino que, al contrario, esperan la Gracia de Señor y que su ardiente sed de Él sea saciada. Y, mientras más reciben, más insignificantes se sienten, porque anhelan al Esposo celetial. El Espíritu Santo les aviva ese anhelo. Las almas tímidas, sin embargo, que no se atreven a pedir el Espíritu Santo y que se muestran ociosas porque se creen incapaces de algo así, que se dejan atrapar por la indiferencia y no confían en Dios y en el hecho que Él puede transformarlas y librarlas de sus pasiones, terminan perdiendo la eternidad por su falta de tesón. Lo mismo pasa con las almas que se han esforzado, pero después han dejado de perseverar y han caído nuevamente. ¡Y esa caída final es mucho peor, más terrible! Han desconsiderado la Gracia celestial, la han tratado con negligencia, con indiferencia; ¡lo justo es, entonces, que no la vuelvan a recibir!

Cuando la Gracia de lo alto nos alcanza, aunque no queramos, tenemos que ascender y seguir luchando; de lo contrario, estaremos perdidos. Aquellos que han recibido el consuelo de la Gracia y agradecen ese alivio, ese placer espiritual, pero se confían, viviendo despreocupadamente, pronto caen en la soberbia, porque su corazón ha dejado de experimentar la contrición y sus pensamientos han perdido todo rastro de humildad. Creyendo que han alcanzado un nivel muy alto de perfección, se llenan de vanidad, sin darse cuenta de que pronto terminarán cayendo por esa misma autosuficiencia. Su altanería les lleva a perder el poco don que se les había dado. Jesús dice: “Al que tiene se le dará, pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene”. Para aquel que ama en verdad a Cristo, aunque obre mil cosas buenas, le seguirá pareciendo que no ha hecho nada aún. Nunca se jactará de sus acciones. Aunque ayune hasta secarse, en ningún momento creerá que ha logrado refrenarse. Aunque logre entender los misterios divinos y reciba revelaciones celestiales, le seguirá pareciendo que todavía no sabe nada. Al contrario, sentirá que se derrite de añoranza por Dios y que no sabe nada más. Es un creyente que se mantiene en una continua e incesante espera, sumergido en un inmenso anhelo de hacerse uno con Cristo. Esta espera es sostenida por la certidumbre de obtener la salvación, librándose de las pasiones y viendo su cuerpo santificarse para poder recibir al Espíritu Santo. Con todo, primero tendrá que enfrentar severas pruebas, para saber si su alma puede alcanzar dicho estado. Estamos hablando de una madurez espiritual que se gana después de mucha experiencia. Y solamente si resiste todas las tentaciones que se el demonio le tiene preparadas, y no cae, sino que las vence con paciencia, solamente entonces esa alma se hará digna de los dones del Espíritu Santo.

La santidad no desciende sino a estos vasos elegidos, que se han purificado con mucho ahínco y trabajo extenuante.

(Traducido de: Pocăința sau Întoarcerea la Dumnezeu, extrase din Omiliile duhovnicești ale Sfântului Macarie Egipteanul, Editura Bizantină, București, p. 43)