Palabras de espiritualidad

Consolador es el Espíritu, Consolador es el Hijo, Consolador es el Padre

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

¡Santísima Trinidad, gloria a Ti! ¡Gloria a Ti, oh Dios, por habernos creado, por habernos dado la salvación, por habernos otorgado, a los que estábamos en la oscuridad y en las penumbras de la muerte, el conocimiento de la verdad y el consuelo que vienen del hálito de Tu Santo Espíritu, Quien obra junto con Tu Santa Verdad, Que es Tu Palabra!

En sus cánticos gratíficos, inspirados por Dios, la Santa Iglesia llama al Espíritu Santo “Consolador”, y también llama “Consolador” al Hijo de Dios; Consolador es también el Padre, Quien de forma incomprensible para la mente engendra al Hijo y también de forma incomprensible para la mente da procedencia al Espíritu Santo. Consolador es el Espíritu, Consolador es el Hijo, Consolador es el Padre. Si los rayos son luz y fuego, también el sol de donde estos provienen es luz y fuego.

¡Santísima Trinidad, gloria a Ti! ¡Gloria a Ti, oh Dios, por habernos creado, por habernos dado la salvación, por habernos otorgado, a los que estábamos en la oscuridad y en las penumbras de la muerte, el conocimiento de la verdad y el consuelo que vienen del hálito de Tu Santo Espíritu, Quien obra junto con Tu Santa Verdad, Que es Tu Palabra! Quienes han conocido y han recibido la Santa Verdad, han entrado bajo la influencia y la guía del Espíritu Santo; estos son la parte del Señor. A la cabeza de todos los conocimientos e impresiones que no tienen como guía a la Verdad, se halla el demonio. Y a este lo siguen sus ángeles. Estos son su parte y se mantienen con él.  “Sobre su vientre caminarán, y polvo comerán todos los días de su vida” (Génesis 3, 14); esa sentencia fue dictada para ellos por el Juez de todos, Dios. Su parte es el entendimiento humano, y su atavío es la vetustez de Adán.

La Santa Verdad, la Palabra de Dios, dice: “Es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios (Hechos 14, 23). Las aflicciones son especialmente la parte de nuestros tiempos, a la cual no le fue dejado ni el sacrificio del martirio, ni la oblación del monacato. Nuestra parte, la de los cristianos de los últimos tiempos, es la parte de unas aflicciones que parecen insignificantes, ínfimas. La balanza la tiene Dios. Ante Él, en Su balanza, cualquier tribulación es insignificante, porque a la sombra de Su poder y Su Gracia se convierte en el mayor regocijo la mayor de las penas. Así las cosas, hasta una pequeña tribulación tiene ante Él un significado completo, ni más pequeño ni más grande que el de una tribulación grave. Todo depende de Su Gracia. Y Él recibe del hombre, con misericordia, cualquier problema que este enfrente con agradecimiento, sumisión y alabanza.

(Traducido de: Sfântul Ignatie Briancianinov, De la întristarea inimii la mângâierea lui Dumnezeu, Editura Sophia, 2012, pp. 71-72)