Convirtiendo las espinas en rosas
Cubrámonos con el escudo de la humildad y la paciencia, y las espinas que nos arrojen nuestros enemigos serán como rosas para nosotros, embelleciendo nuestra vida.
En esencia, las ofensas no existen, sino solamente hombres débiles (del mismo modo en que podría decirse que no existen las enfermedades, sino hombres enfermos). Cuando las ofensas no te tocan, o cuando las consideras un consuelo, ¿pueden seguirse llamando “ofensas”? Nuestra propia enfermedad, la debilidad, les ofrece la “subsistencia”: ellas existen solamente cuando las sentimos, cuando nos provocan una herida y dolor en el alma.
San Juan Crisóstomo dice: «Si tuviéramos un cuerpo fuerte como el diamante y nos llovieran saetas de todas partes, estas no conseguirían herirnos. Porque las heridas no aparecen por las manos de quien arroja saetas, sino por los cuerpos que reciben esas flechas. Lo mismo ocurre con las ofensas. Estas existen, no debido a la locura de quien las emite, sino a la debilidad de quienes las reciben».
Así pues, cubrámonos con el escudo de la humildad y la paciencia, y las espinas que nos arrojen nuestros enemigos serán como rosas para nosotros, embelleciendo nuestra vida.
(Traducido de: Arhimandrit Vasilios Bacoianis, Nu te mai suport! – Arta împăcării cu tine însuţi şi cu ceilalţi, traducere din limba greacă de Pr. Victor Manolache, Editura de Suflet, Bucureşti, 2011, pp. 90-91)